domingo, 10 de febrero de 2013

EL MILENIO IGUALITARIO III


THOMAS MÜNTZER

Thomas Müntzer nació en Stolberg en Turingia en 1488 o 1489. Nació en una familia –no de extremada pobreza como se ha afirmado a menudo- sino de clase bien acomodada, su padre no fue colgado por ningún señor feudal y murió en plenitud de años en su propio lecho. Müntzer aparece ni como víctima ni como enemigo de la injusticia social sino más bien como un “estudiante eterno”, extraordinariamente culto e intensamente intelectual. Después de graduarse en la universidad y después de convertirse en sacerdote llevó una vida deambulante incesante, siempre eligiendo lugares donde pudiese ampliar sus estudios. Profundamente versado en las Escrituras, aprendió Griego y Hebreo, leyó las teologías y filosofías patrística y escolástica, se sumergió también en el estudio de los místicos Germanos. Aunque nunca fue un puro académico, y su voraz lectura la realizaba en un intento desesperado de resolver un problema personal. Müntzer era por aquellos tiempos un alma turbada, llena de dudas acerca de la verdad del Cristianismo e incluso acerca de la existencia de Dios aunque obstinadamente luchaba por la certeza –de hecho en esta dubitativa condición que tan a menudo termina en conversión.

Martín Lutero, unos cinco o seis años mayor que él, estaba empezando a surgir como el más formidable oponente que la Iglesia de Roma había conocido y también –aunque solo casual y temporalmente- como líder efectivo de la nación Germana. En 1517 clavó las famosas tesis contra la venta de indulgencias en la puerta de la iglesia de Wittenberg, en 1519 cuestionó en disputa pública la supremacía del Papa, en 1520 publicó –y fue excomulgado por ello- los tres tratados que dieron inicio a la Reforma Germana. Fue como seguidor de Lutero que Mützer rompió con la Ortodoxia Católica, y todas sus acciones que le hicieron famoso fueron realizadas en medio del gran terremoto religioso que sacudió y destruyó la masiva estructura de la Iglesia Medieval. Eso sí, él mismo abandonó a Lutero tan pronto como le conoció, y fue desde entonces una fiera oposición a Lutero la que desarrolló su propia doctrina.

Lo que Mützer necesitaba para convertirse en un hombre nuevo, seguro de sí mismo y de su meta en la vida, no lo podía encontrar en la doctrina de Lutero de justificación por la fe solamente. Lo encontraría, más bien, en el militante derramamiento y sediento de sangre Milenarismo que le fue descubierto cuando en 1520 tomó un ministerio en el pueblo de Zwickau y entró en contacto con un tejedor  llamado Niklas Storch. Zwickau está cerca de la frontera con Bohemia, Storch había estado en Bohemia y eran esencialmente las antiguas doctrinas Taboritas las que resurgían en la enseñanza de Storch. Proclamaba que ahora, como en los días de los Apóstoles, Dios estaba comunicando directamente con sus Elegidos, y la razón para ello era que los Últimos Días estaban al llegar. Primero los Turcos debían conquistar el mundo y el Anticristo lo gobernaría, pero entonces –y esto ocurriría muy pronto- los Elegidos se levantarían y aniquilarían a todos los paganos, de manera que la Segunda Venida pudiera tener lugar junto con el comienzo del Milenio. Lo que más atraía a Müntzer de este programa era la guerra de exterminación que los justos llevarían a cabo contra los malos. Abandonando a Lutero, ahora pensaba y hablaba solamente del Libro del Apocalipsis y de incidentes en el Antiguo Testamento tales como “la matanza de Elías de los sacerdotes de Baal, Jehú matando a los hijos de Ajab y Joel asesinando al durmiente Sísara. Sus contemporáneos lamentaron el cambio que en él había tenido lugar, el ansia de sangre que a veces se expresaba a sí misma en puras arengas.

Mediante la fuerza de las armas los Elegidos han de preparar el camino para la venida del Milenio, pero quienes eran los Elegidos? Según Müntzer eran aquellos que habían recibido el Espíritu Santo o, como solía llamarlo, “el Cristo viviente”. En sus escritos, como en los de los Libertinos Espirituales, se establece una clara distinción entre el Cristo histórico y el Cristo “viviente” o “interno” o “espiritual” imaginado como nacido en el alma individual, y es este último el que posee poder redentor. Pero en un respecto el Cristo histórico retiene gran significado: sometiéndose a la crucifixión señalaba el camino a la salvación. Pues el que quisiera ser salvo debía sufrir más duramente, debía ser purgado de toda voluntad egoísta y liberado de todo aquello que le ata al mundo y a los seres creados. Primero ha de sujetarse a sí mismo voluntariamente a una preparación ascética y entonces, cuando haya alcanzado la aptitud y el valor para recibirlos, Dios le impondrá sufrimientos aún más duros. Estas últimas aflicciones, que Müntzer llama “la Cruz”, pueden incluir incluso la enfermedad. Solo cuando se haya alcanzado este punto, cuando el alma se haya desnudado, puede tener lugar la comunicación directa con Dios. Esta era la doctrina tradicional, como la mantenida por muchos místicos Católicos de la Edad Media, pero cuando Müntzer habla del resultado sigue otra tradición menos ortodoxa. Según él cuando “el Cristo viviente” entra en el alma es para siempre, y el hombre así favorecido deviene un recipiente del Espíritu Santo –Müntzer incluso habla de “poderse convertir en Dios”. Dotado con el perfecto conocimiento de la voluntad divina y viviendo en conformidad con esta, un hombre así está incontestablemente cualificado para realizar misión escatológica divina, y esto es precisamente lo que Müntzer reivindicaba para sí.

Tan pronto como Storch le hubo capacitado para encontrarse a sí mismo Müntzer cambió su manera de vida, abandonó la lectura y los estudios, condenó a los Humanistas, abundantes en las filas de los seguidores de Lutero, dejó de propagar su fe escatológica entre los pobres. Desde mediados del siglo precedente se habían abierto minas de plata en Zwickau habiendo convertido la ciudad en centro industrial importante, tres veces el tamaño de Dresde. Desde todo el sur y centro de Alemania llegaban trabajadores a las minas, con el resultado de un crónico excedente de mano de obra. Además, la explotación descontrolada de la plata resultó en una inflación que redujo el número de trabajadores industriales, incluidos los pertenecientes a la desde hacia bastante tiempo establecida industria textil en la penuria. Unos meses después de la llegada a Zwickau Müntzer se hizo predicador en la misma iglesia donde los tejedores tenían un altar especial, y usaba el púlpito para proferir fieras denuncias contra los Franciscanos, muy impopulares éstos, pero también contra el predicador –un amigo de Lutero- que disfrutaba del favor de los acomodados burgueses. Poco después el pueblo estaba dividido en dos bandos hostiles y el antagonismo entre ellos vino a ser tan agudo que violentos desórdenes parecían inminentes.

En Abril 1521, el Concejo del Pueblo intervino y despidió al recién llegado, mientras tanto un gran número del populacho, bajo el liderazgo de Storch, se alzó en revuelta. El levantamiento fue sofocado y se realizaron muchos arrestos –incluyendo a más de cincuenta tejedores. En cuanto a Müntzer, se escapó a Bohemia, aparentemente con la esperanza de encontrar más tarde a algunos Taboritas allí. Predicó en Praga con la ayuda de un intérprete y también publicó en Alemán, Checo, y Latín un manifiesto anunciando la fundación en Bohemia de una nueva iglesia que consistiría solamente de los Elegidos y que estaría directamente inspirada por Dios. Su nuevo papel lo definió en términos de la misma parábola escatológica del grano y el forraje que había ya sido invocada durante la Revuelta de los Campesinos Ingleses: “Ha llegado el tiempo de la cosecha, Dios me ha contratado para su cosecha. He afilado mi guadaña, pues mis pensamientos están fuertemente fijados en la verdad, y mis labios, manos, piel, cabello, alma, cuerpo, vida maldicen a los infieles”.

El llamado de Müntzer a los Bohemios fue un fracaso, y fue expulsado de Praga. Durante los dos años siguientes deambuló de un sitio a otro en Alemania central, en gran pobreza aunque mantenido por una nueva e inamovible confianza en su misión profética. No volvió a usar sus títulos académicos y firmaba como “mensajero de Cristo”. Su propio sufrimiento asumió a sus ojos un valor mesiánico: “Dejad que mi sufrimiento sea un modelo par vosotros”. El Dios viviente está afilando su guadaña en mi, de manera que pueda yo cortar las rojas amapolas y los azules acianos. Su deambular llegó a su fin cuando, en 1523, le fue ofrecida una curia en el pequeño pueblo Turingio de Allstedt. Allí se casó, creó la primera liturgia en Alemán, tradujo himnos del Latín al vernacular y estableció una reputación como predicador que se extendió por toda Germania. Campesinos de la comarca, unos cientos de mineros de las minas de cobre de Mansfeld, venían regularme a escucharle. Junto con los artesanos de Allstedt, a toda esa gente se dispuso a convertirla en una organización revolucionaria, la “Liga de los Elegidos”. Esta Liga que estaba compuesta de analfabetos y gente sin educación alguna, fue la respuesta de Müntzer a la universidad, que había sido siempre el centro de influencia de Lutero. Ahora la iluminación espiritual consistía en expulsar el conocimiento de los escribas. Allstedt remplazaría a Wittenberg y vendría a ser el centro de una nueva Reforma que sería tanto total como final y sería la entrada al Milenio.

No tardó mucho Müntzer en involucrarse en conflictos con la autoridad civil, de manera que los dos príncipes de Sajonia –el Elector Federico el Sabio y su hermano el Duque Juan- comenzaron a ver su comportamiento con una mezcla de curiosidad y alarma. En Julio de 1542, el Duque Juan, quien había abandonado la fe Católica y se había convertido en seguidor de Lutero, vino a Allstedt y, en orden a saber que clase de hombre era Mütnzer, le ordenó predicara un sermón. Müntzer así lo hizo, tomando su texto del libro de Daniel. El sermón, que compuso aclaraba sus creencias escatológicas. El último de los imperios del mundo se acerca a su fin, ahora el mundo no es sino el imperio del Diablo, con esas serpientes, los clérigos, y aquellas víboras, los gobernantes seculares y señores, revolcándose en la basura. Es hora de que los príncipes Sajones elijan si quieren servir a Dios o al Diablo. Si es lo primero, su deber está claro: Expulsar a los enemigos de Cristo de entre los Elegidos.

Cómo Müntzer describió el milenio ha sido ampliamente debatido y no es fácil decidirlo. Según sus escritos ciertamente mostró mucho menos interés en la naturaleza de la sociedad futura que en la exterminación masiva que supuestamente precedería a todo esto. Ni parece haber mostrado mucho interés en mejorar el nivel material de los campesinos entre los que vivía. Unos días después de pronunciar su sermón ante los príncipes lo encontramos escribiendo a sus seguidores en Sangerhausen que debían obedecer en todo lo concerniente a temas temporales a sus señores. Si el señor no estaba satisfecho con los servicios que recibía, debían prepararse para entregarle todos los bienes materiales, solamente si interfería en temas concernientes al bienestar espiritual –especialmente prohibiéndoles ir a Allstedt para oír a Müntzer- entonces sí que debían gritar fuerte para ser oídos por el mundo.

Todo esto no significa necesariamente que Müntzer no hubiese imaginado su Milenio como igualitario, incluso comunista. Esto podía igualmente significar que veía el orden existente del mundo como irremediable hasta que las catástrofes de los Últimos Días hubieran tenido lugar, y al mismo tiempo daba por hecho que una vez que todo esto ocurriera el primordial Estado de Naturaleza sería automáticamente restaurado. Semejantes fantasías, que nunca habían perdido su fascinación desde los días de los Taboritas, se saben eran familiares en los círculos en los que se movía Müntzer. Según una fuente confiable el primer maestro de Müntzer, el tejedor Niklas Storch, mantenía puntos de vista sobre esos temas difícilmente distinguibles del de los Hermanos del Espíritu Libre, que mantenían que Dios hace a todos los hombres igualmente desnudos y así los envía al mundo, de manera que todos sean del mismo rango y puedan compartir todas las cosas con igualdad entre ellos. De nuevo, Müntzer conoció al joven humanista Ulrich Hugwald, y Hugwald había escrito una obra profetizando que la humanidad retornaría “a Cristo, a la Naturaleza, al Paraíso”, lo que definía como un estado sin guerras o deseos de lujuria y en el cual todos los hombres compartirían todas las cosas como hermanos. Además, sobre la base que la vida de un campesino era lo más cercano a lo que Dios había designado a Adán y Eva, Hugwald terminó convirtiéndose en campesino, y lo mismo hizo el Humanista Karlstadt, asociado muy de cerca e incluso discípulo de Müntzer. A nivel menos sofisticado, un simple miembro de la Liga de los Electos señalaba que él entendía el significado del programa como que “debían ser hermanos y amarse unos a otros como hermanos”.

En cuanto a Müntzer, cuando escribe de la Ley de Dios ciertamente parece igualarla con la Ley Natural absoluta que supuestamente no conoce distinciones de propiedad o estatus. Según esto Müntzer, al menos en los últimos meses de su vida, enseño que no debía haber ni reyes ni señores y también, basado en una mala comprensión de Hechos 4, que todas las cosas debían mantenerse en común. Juntos, esos hechos ciertamente sugieren que la confesión que el profeta hizo justo antes de su muerte era probablemente lo suficientemente exacta, incluso cuando fue extraída mediante tortura. Lo que confesó fue que el principio básico de su liga era que todas las cosas son comunes a todos los hombres, que su meta era un estado de cosas en el cual todos serían iguales y cada uno recibiría de acuerdo con sus necesidades, y que estaba preparado para ejecutar a cualquier príncipe que se le pusiera en el camino para impedir sus planes.

Cuando Müntzer dio el sermón ante el Duque Juan esperaba que los príncipes de Sajonia podrían ser ganados para la causa, y cuando, unos días después, seguidores suyos fueron expulsados por sus señores –sobretodo el Conde de Mansfeld- y vinieron a refugiarse a Allstedt, llamó a los príncipes para que le vengaran. Pero los príncipes no movieron un dedo y esto cambió su actitud. La última semana de Julio predicó un sermón en el cual proclamó que estaba al llegar el tiempo cuando todos los tiranos serían expulsados y el Reino mesiánico comenzaría. Esto sería suficiente para alarmar a los príncipes, pero en cualquier caso Lutero escribió su “Carta a los príncipes de Sajonia”, señalándoles cuan peligrosa se estaba convirtiendo la predicación de Müntzer. Como resultado Müntzer fue llamado a Weimar para dar explicaciones al Duque Juan. Incluso en este caso le fue dicho que se abstuviese de cualquier pronunciamiento provocativo hasta que el tema fuese considerado por el Elector, esto fue suficiente para ponerle en el camino de la revolución.

En el panfleto que a continuación publicó, “El explícito desenmascaramiento de la falsa creencia del mundo infiel”, Müntzer deja claro que los príncipes no están capacitados para jugar ningún papel en el comienzo del Milenio –han pasado sus vidas comiendo bestialmente y bebiendo, desde su juventud han sido criados en la manera más delicada, en toda su vida han tenido un mal día-. Es más, son los príncipes y señores y todos los ricos y poderosos los que mantienen el orden social existente, impidiendo que los demás puedan alcanzar la verdadera fe: “Los poderosos, egoístas infieles, han de ser destronados porque impiden que surja la santa y genuina fe Cristiana, para ellos y todo el mundo, en toda su fuerza genuina y original”. Inducidos por escribas mercenarios –como Lutero- “los grandes hacen todo lo posible en su poder para mantener a la gente común alejada de la verdad”.

Müntzer había alcanzado el punto que hubieron alcanzado anteriores “prophetae” durante la Revuelta Campesina Inglesa y la Revolución Husita. Para él también eran los pobres quienes potencialmente eran los Elegidos, encargados con la misión de inaugurar el Milenio igualitario. Libres de la tentación  de “Avaritia” y “Luxuria”, los pobres tenían al menos la posibilidad de alcanzar esta indiferencia hacia los bienes de “este mundo” lo que les calificaría para recibir el mensaje apocalíptico. Serán los pobres los que surjan como la verdadera iglesia.

“El explícito desenmascaramiento” estuvo seguido de otro panfleto aún más virulento dirigido específicamente contra Lutero y titulado “La más amplia llamada para la defensa y respuesta a la no-espiritual vida relajada en la carne en Wittenberg”. Lutero y Müntzer tenían motivos para verse mutuamente como mortales enemigos. Igual que Müntzer, Lutero realizaba todas sus acciones en la convicción que los Últimos Días estaban muy cerca. Pero para él el único enemigo era el Papado, en el cual veía al Anticristo, el falso profeta, y era mediante la diseminación del verdadero Evangelio que el Papado sería destruido. Cuando esto fuese realizado Cristo vendría para sentenciar a la condena eterna al papa y sus seguidores y fundar así el Reino –pero un reino que no sería de este mundo. En el contexto de semejante escatología la revuelta armada sería irrelevante, pues la muerte física infligida por el hombre no era nada comparada con la sentencia de condena impuesta por Dios. La revuelta armada sería perniciosa en parte dado que rompería el orden social que permite diseminar la palabra y además porque desacreditaría la Reforma que para Lutero era incomparablemente la cosa más importante en el mundo. Era pues de esperar que Lutero tratase de contrarrestar la influencia de Müntzer. Por otro lado Müntzer veía en Lutero una figura escatológica, la Bestia del Apocalipsis y la Prostituta de Babilonia.

Es en su ataque a Lutero mediante “El más amplio llamado para la defensa” en el que Müntzer formula de manera más coherente su doctrina de la revolución social. Mientras Lutero dedicó su panfleto al Elector y al duque Juan, Müntzer le dedica su respuesta a Cristo como Rey de reyes y Duque de todos los creyentes –y deja claro que por Cristo quiere decir el espíritu de Cristo como él y sus seguidores lo experimentaban. Y da sus razones: los príncipes –aquellos “paganos sinvergüenzas” como ahora los llama- habían abandonado toda reivindicación del honor, obediencia, y dominio, que por lo tanto pertenecía ahora a los Elegidos solamente.  Es cierto que “la voluntad de Dios y su obra han de ser realizadas en su totalidad mediante la observación de la Ley” –pero esto no es tarea para los impíos. Cuando el impío toma la tarea de suprimir el pecado usa la Ley como medio para exterminar a los Elegidos. Más específicamente, Müntzer mantiene que en manos de “los grandes” la Ley de Dios deviene simplemente un instrumento para proteger sus propiedades. En su duro ataque contra Lutero llega a afirmar que ….. “Esos ladrones usan la Ley para prohibir a los demás robar”.

El duque Juan escuchó sin protestar el provocativo sermón de Müntzer, el Elector llegó a decir que si Dios lo quería entonces el gobierno debía pasar a manos de la gente común, y a la hora de tratar con el “profeta” revolucionario de Allstedt ambos hermanos mostraban la misma falta de certeza. Era más un gesto desafiante que una seria preocupación por su seguridad que Müntzer, una semana después de su audiencia en Weimar, rompió la palabra, saltó de noche la muralla del pueblo de Allstedt y tomó camino hacia la ciudad imperial de Mühlhausen.

Esta relativamente amplia ciudad Turingia ya había estado en un estado de intermitente turbulencia durante un año. Un ex-monje llamado Heinrich Pfeiffer lideraba a los pobres burgueses en su lucha para arrebatar el control político a la oligarquía que siempre lo había monopolizado. La mitad de la población de la ciudad –un número proporcionalmente más elevado que el de cualquier ciudad Germana en aquella época- eran pobres, que en tiempos de crisis siempre se mostraban dispuestos para experimentos sociales radicales. Aquí Müntzer encontró un grupo de seguidores pequeño pero entusiasta. Obsesionado como siempre por la inminente destrucción del impío, hacía que un crucifijo rojo y una espada desenvainada fuesen llevados delante de él, cuando a la cabeza de una banda armada, patrullaba las calles de la ciudad. Cuando estalló la revuelta esta fue rápidamente suprimida y Müntzer, de nuevo expulsado, continuó deambulando de un lugar a otro. En Nuremberg se las avió para publicar sus panfletos revolucionarios, pero fueron confiscados de una vez por el Concejo de la Ciudad y Müntzer tuvo que abandonar la ciudad. Después de algunas semanas de ir de un lado para otro, lo que le llevó hasta la frontera de Suiza, fue llamado de nuevo a Mühlhausen, donde Pfeiffer había tenido éxito en re-establecerse y estaba de nuevo en estado de fermento revolucionario. En Marzo 1525, el Concejo de la Ciudad fue expulsado y uno nuevo, elegido por los burgueses, instalado en su lugar. Pero Müntzer no parece haber jugado ningún papel especial en ello, lo que sí le permitió mostrarse como revolucionario en acción fue menos la revolución en Mühlhausen que el estallido de la Guerra de los Campesinos.

Las causas de la Guerra de los Campesinos en Alemania ha sido y seguirá siendo objeto de controversia. El bienestar del campesinado Alemán era el mejor que jamás habían tenido, y particularmente los campesinos que tomaron siempre la iniciativa en la insurrección, no estaban impulsados por desesperación alguna, sino que más bien pertenecían a una clase en auge con bastante autoconfianza. Era gente cuya posición estaba mejorando tanto social como económicamente y por esta misma razón eran impacientes ante los obstáculos que aparecían en su camino. No es sorprendente que en sus esfuerzos en remover esos obstáculos los campesinos se mostrasen nada escatológicos, sino al contrario, estaban mentalizados políticamente en el sentido que pensaban en términos realistas y posibilidades realizables. Lo que más deseaba esta comunidad campesina bajo el liderazgo de su propia aristocracia campesina era el autogobierno, y la primera etapa del movimiento, desde Marzo de 1525 a comienzos de Mayo, consistía simplemente en una serie de luchas locales en las cuales un gran número de comunidades obtuvieron de sus señores, eclesiásticos o laicos, concesiones otorgándoles gran autonomía. Y esto fue realizado no mediante derramamiento de sangre sino mediante una intensificación de duras negociaciones que habían venido realizando los campesinos durante generaciones.

Subyacente al levantamiento había un conflicto más profundo. Con el colapso del poder real el estado Germano se había desintegrado en un lío de pequeños estados feudales a menudo mutuamente enfrentados. Pero cerca de 1525 esta condición cercana a la anarquía se acercaba a su fin. El campesinado vio su tradicional manera de vida interrumpida y sus heredados derechos amenazados por el desarrollo de los estados en un nuevo tipo de estado. Resentían los impuestos adicionales, la sustitución de la Ley Romana por la “costumbre”, la inferencia de la administración centralizada en asuntos locales, y pelearon por sus derechos. Los príncipes por su parte se dieron cuenta claramente que el campesinado estaba atravesado en el camino de sus planes de construcción de un estado, y comprendieron también que la insurrección les ofrecía la mejor oportunidad para consolidar su autoridad. Fueron los príncipes –o más bien, un grupo particular de príncipes con la venia de Lutero- los que hicieron que el levantamiento terminase catastróficamente, en una serie de batallas, o masacres, en las cuales unos 100,000 campesinos perecieron. Y fueron las dinastías de príncipes las que ganaron igualmente con la reducción del campesinado, la baja nobleza y las fundaciones eclesiásticas a una condición de deplorable dependencia que duraría siglos.

El núcleo duro de los seguidores de Müntzer aún estaba formado por la Liga de los Elegidos. Algunos de su anterior congregación en Allstedt se le unieron en Mühlhausen y sin duda le ayudaron a construir una nueva organización. Sobretodo continuó confiando en los trabajadores de las minas de cobre en Mansfeld, que se habían unido a la liga, unos cientos. Esta gente –a menudo reclutada fuera, a menudo emigrantes, expuestos al desempleo y todo tipo de inseguridades- eran notablemente propensos a todo lo revolucionario igual que los tejedores y eran temidos por las autoridades. Que fuese capaz de dirigir a semejante séquito le dio a Müntzer gran reputación como líder revolucionario, así, aunque en Mühlhausen Pfeiffer no tenía rival, en el contexto de la insurrección campesina Müntzer le aventajaba ampliamente. Aunque – como bien muestran sus demandas de reforma por escrito- ni siquiera los campesinos Turingios compartían las milenarias fantasías de Müntzer, seguramente le veían como aquel famoso y erudito hombre piadoso que se había unido a ellos compartiendo su suerte.

En Abril de 1525 Müntzer puso en su iglesia una bandera con un arco iris como símbolo de la Alianza Divina, y anunció que pronto marcharía bajo este estándar a la cabeza de dos mil “extranjeros” –obviamente reales o imaginarios miembros de su liga. A finales de mes él y Pfeiffer tomaron parte en una expedición de saqueo durante la cual un cierto número de monasterios y conventos fueron destruidos, aunque esta no era en absoluto la guerra Apocalíptica con la que soñaba.

Las fantasías de Müntzer llegaban hasta Nimrod. Suponía que éste había construido la Torre Babel, que a su vez identificaba con Babilonia, y era popularmente visto no solo como el primer constructor de ciudades sino como el que dio lugar a la propiedad privada y diferencia de clases –de hecho en tanto que destructor del primigenio Estado de Naturaleza.

Al mismo tiempo a medida que Müntzer y Storch preparaban el camino para la llegada del Milenio, Lutero por su parte estaba componiendo su feroz panfleto “Contra las bandas de ladrones y criminales campesinas”. Esta obra influenció mucho en el alzamiento de los príncipes de Alemania Central, que por cierto habían mostrado mucha menos resolución que aquellos del sur y oeste, a la hora de oponerse a la revuelta. El anciano Elector Federico, quien se había mostrado reticente a actuar contra los campesinos, murió el 4 de Mayo y le sucedió su hermano Juan. El nuevo Elector se unió a los demás príncipes pidiendo ayuda a Felipe de Hess –un joven de unos veinte años que había adquirido una considerable reputación como comandante militar que había derrotado en sus propios territorios una revuelta. Este marchó hacia Turingia y se dirigió a Mühlhausen, donde los príncipes estuvieron de acuerdo sobre la fuente de toda la insurrección Turingia. En cuanto a los campesinos, unos ocho mil de ellos  habían constituido un ejército en Frankenhausen. Ciudad muy cercana del cuartel general de Müntzer en Mühlhausen, y también del castillo de su antiguo enemigo, Ernesto de Mansfeld, parece probable que la elección estuvo inspirada por el “profeta” mismo. Los campesinos se unieron a Müntzer como si fuese un salvador, suplicándole que tomara el liderazgo entre ellos. Mientras Pfeiffer que se oponía a la intervención, se quedó en Mühlhausen, Müntzer partió al frente de unos trescientos de sus más devotos y fanáticos seguidores. El número es significativo, trescientos era la fuerza con la cual Gideon venció a los Madianitas. En “El desenmascaramiento explícito” Müntzer invocó el ejemplo de Gideon y en la más violenta de sus cartas añadía “con la espada de Gideón” a su firma –una generación más tarde el líder de los Hermanos de Sangre, igualmente centrado en Mühlhausen, proclamó su misión como la exterminación de los infieles con la espada de Gideón. A su particular enemigo, el Conde Ernesto de Mansfeld, escribió: “Tú, miserable saco de gusanos, quién te hizo príncipe sobre la gente que a Dios pertenecen?...... Serás entregado a la destrucción por el poder de Dios si no te humillas ante los pobres.

Felipe de Hess mostró el más completo desagrado hacia los métodos militares de los campesinos, y el resultado justificó los riesgos que tomó. El 15 de Mayo sus fuerzas, ahora fortalecidas por aquellos otros príncipes, habían ocupado una posición de fuerza sobre una colina desde la que se divisaba el ejército campesino. Aunque ligeramente inferior en número, el ejército de los príncipes tenía abundante artillería, mientras los campesinos tenían muy poca, y unos 2.000 jinetes a caballo, mientras que los campesinos no tenían ninguno. El resultado de una batalla bajo tales circunstancias solo podía tener un posible resultado, pero los príncipes, no obstante, ofrecieron términos, prometiendo a los campesinos conservar sus vidas con la condición que le entregasen a Müntzer y sus más cercanos seguidores. La oferta se hizo seguramente de buena fe, se quería evitar un innecesario derramamiento de sangre. La oferta probablemente habría sido aceptada si no hubiera sido por la intervención del mismo Müntzer.

Según el relato en la “Historia” –que parece bastante plausible- el “profeta” dio un apasionado discurso en el cual declaró que Dios le había hablado y le había prometido la victoria, que él mismo atraparía la balas de cañón en las mangas de su abrigo, que Dios primero transformaría el cielo y la tierra antes que permitir que su pueblo pereciera. El efecto de esta arenga quedó aumentado por la aparición de un arco iris que, como símbolo de la bandera de Müntzer, fue por supuesto interpretado como una señal del favor divino. Los inmediatos seguidores de Müntzer tenían confianza en que un tremendo milagro ocurriría, y al estar organizados, además de lo fanáticos que eran, sin duda les permitió dominar a la masa confusa y amorfa de campesinos.

Mientras tanto los príncipes, al no recibir una respuesta satisfactoria a su oferta, se impacientaron y dieron orden de disparar los cañones. Los campesinos no habían realizado ninguna preparación para usar la artillería que tenían, ni intento de escapar. Todavía cantaban “Ven, Santo Espíritu” –como si estuvieran esperando la Segunda Venida en el mismo momento- cuando la primera y única salva fue disparada. El efecto fue inmediato y catastrófico: los campesinos rompieron filas y huyeron presos del pánico, mientras la caballería del enemigo los dispersaba y masacraba en cientos. El ejército de los príncipes perdió una media docena de hombres y dispersó a los campesinos y capturó Frankenhausen, matando a unos cinco mil en el proceso. Unos días después Mühlhausen se rindió sin luchar, y como castigo por la parte de responsabilidad que se creía tenía fue obligada a pagar fuertes multas y reparaciones y fue privada de su estatus de ciudad libre del Imperio. En cuanto a Müntzer, escapó del campo de batalla pero pronto fue encontrado escondido en un sótano en Frankenhausen. Fue llevado ante Ernesto de Mansfeld, fue torturado e hizo una confesión referente a su Liga de los Elegidos, después de la cual fue decapitado en el campo de los príncipes, junto a Pfeiffer, el 27 de Mayo 1525. Storch, que parece también tomó parte en el levantamiento, murió como fugitivo ese mismo año.

El papel histórico de Müntzer de ninguna manera había acabado. En el movimiento Anabaptista que se extendió largo y ancho durante los años siguientes a la Guerra de los Campesinos su memoria debió haber sido venerada, incluso aunque él nunca se llamó a sí mismo Anabaptista. Más curiosa aún es la resurrección y apoteosis que ha tenido durante los últimos años. Desde Engels hasta los historiadores Comunistas de hoy día –Rusos tanto como de otros países Europeos- los Marxistas han inflado a Müntzer en un símbolo gigante, un héroe prodigioso en la historia de la “lucha de clases”. Este es un punto de vista ingenuo, uno con el que los historiadores no-Marxistas han argumentado fácilmente señalando la esencial naturaleza mística de las preocupaciones de Müntzer, su indiferencia general hacia el bienestar material de los pobres. Müntzer era un profeta obsesionado con fantasías escatológicas que trató de traducir en realidad explotando el descontento social. Quizá este sea el sensato instinto que ha llevado a los Marxistas a reclamarlo como suyo.                  
                          
   







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