THOMAS MÜNTZER
Thomas
Müntzer nació en Stolberg en Turingia en 1488 o 1489. Nació en una familia no
de extremada pobreza como se ha afirmado a menudo- sino de clase bien
acomodada, su padre no fue colgado por ningún señor feudal y murió en plenitud
de años en su propio lecho. Müntzer aparece ni como víctima ni como enemigo de
la injusticia social sino más bien como un “estudiante eterno”,
extraordinariamente culto e intensamente intelectual. Después de graduarse en
la universidad y después de convertirse en sacerdote llevó una vida deambulante
incesante, siempre eligiendo lugares donde pudiese ampliar sus estudios.
Profundamente versado en las Escrituras, aprendió Griego y Hebreo, leyó las
teologías y filosofías patrística y escolástica, se sumergió también en el
estudio de los místicos Germanos. Aunque nunca fue un puro académico, y su
voraz lectura la realizaba en un intento desesperado de resolver un problema
personal. Müntzer era por aquellos tiempos un alma turbada, llena de dudas
acerca de la verdad del Cristianismo e incluso acerca de la existencia de Dios
aunque obstinadamente luchaba por la certeza de hecho en esta dubitativa
condición que tan a menudo termina en conversión.
Martín
Lutero, unos cinco o seis años mayor que él, estaba empezando a surgir como el
más formidable oponente que la Iglesia de Roma había conocido y también aunque
solo casual y temporalmente- como líder efectivo de la nación Germana. En 1517
clavó las famosas tesis contra la venta de indulgencias en la puerta de la
iglesia de Wittenberg, en 1519 cuestionó en disputa pública la supremacía del
Papa, en 1520 publicó y fue excomulgado por ello- los tres tratados que dieron
inicio a la Reforma Germana. Fue como seguidor de Lutero que Mützer rompió con
la Ortodoxia Católica, y todas sus acciones que le hicieron famoso fueron
realizadas en medio del gran terremoto religioso que sacudió y destruyó la
masiva estructura de la Iglesia Medieval. Eso sí, él mismo abandonó a Lutero
tan pronto como le conoció, y fue desde entonces una fiera oposición a Lutero
la que desarrolló su propia doctrina.
Lo
que Mützer necesitaba para convertirse en un hombre nuevo, seguro de sí mismo y
de su meta en la vida, no lo podía encontrar en la doctrina de Lutero de
justificación por la fe solamente. Lo encontraría, más bien, en el militante
derramamiento y sediento de sangre Milenarismo que le fue descubierto cuando en
1520 tomó un ministerio en el pueblo de Zwickau y entró en contacto con un
tejedor llamado Niklas Storch.
Zwickau está cerca de la frontera con Bohemia, Storch había estado en Bohemia y
eran esencialmente las antiguas doctrinas Taboritas las que resurgían en la
enseñanza de Storch. Proclamaba que ahora, como en los días de los Apóstoles,
Dios estaba comunicando directamente con sus Elegidos, y la razón para ello era
que los Últimos Días estaban al llegar. Primero los Turcos debían conquistar el
mundo y el Anticristo lo gobernaría, pero entonces y esto ocurriría muy
pronto- los Elegidos se levantarían y aniquilarían a todos los paganos, de manera
que la Segunda Venida pudiera tener lugar junto con el comienzo del Milenio. Lo
que más atraía a Müntzer de este programa era la guerra de exterminación que
los justos llevarían a cabo contra los malos. Abandonando a Lutero, ahora
pensaba y hablaba solamente del Libro del Apocalipsis y de incidentes en el
Antiguo Testamento tales como “la matanza de Elías de los sacerdotes de Baal,
Jehú matando a los hijos de Ajab y Joel asesinando al durmiente Sísara. Sus
contemporáneos lamentaron el cambio que en él había tenido lugar, el ansia de
sangre que a veces se expresaba a sí misma en puras arengas.
Mediante
la fuerza de las armas los Elegidos han de preparar el camino para la venida
del Milenio, pero quienes eran los Elegidos? Según Müntzer eran aquellos que habían
recibido el Espíritu Santo o, como solía llamarlo, “el Cristo viviente”. En sus
escritos, como en los de los Libertinos Espirituales, se establece una clara
distinción entre el Cristo histórico y el Cristo “viviente” o “interno” o
“espiritual” imaginado como nacido en el alma individual, y es este último el
que posee poder redentor. Pero en un respecto el Cristo histórico retiene gran
significado: sometiéndose a la crucifixión señalaba el camino a la salvación.
Pues el que quisiera ser salvo debía sufrir más duramente, debía ser purgado de
toda voluntad egoísta y liberado de todo aquello que le ata al mundo y a los
seres creados. Primero ha de sujetarse a sí mismo voluntariamente a una
preparación ascética y entonces, cuando haya alcanzado la aptitud y el valor
para recibirlos, Dios le impondrá sufrimientos aún más duros. Estas últimas
aflicciones, que Müntzer llama “la Cruz”, pueden incluir incluso la enfermedad.
Solo cuando se haya alcanzado este punto, cuando el alma se haya desnudado,
puede tener lugar la comunicación directa con Dios. Esta era la doctrina
tradicional, como la mantenida por muchos místicos Católicos de la Edad Media,
pero cuando Müntzer habla del resultado sigue otra tradición menos ortodoxa.
Según él cuando “el Cristo viviente” entra en el alma es para siempre, y el
hombre así favorecido deviene un recipiente del Espíritu Santo Müntzer incluso
habla de “poderse convertir en Dios”. Dotado con el perfecto conocimiento de la
voluntad divina y viviendo en conformidad con esta, un hombre así está
incontestablemente cualificado para realizar misión escatológica divina, y esto
es precisamente lo que Müntzer reivindicaba para sí.
Tan
pronto como Storch le hubo capacitado para encontrarse a sí mismo Müntzer
cambió su manera de vida, abandonó la lectura y los estudios, condenó a los
Humanistas, abundantes en las filas de los seguidores de Lutero, dejó de
propagar su fe escatológica entre los pobres. Desde mediados del siglo
precedente se habían abierto minas de plata en Zwickau habiendo convertido la
ciudad en centro industrial importante, tres veces el tamaño de Dresde. Desde
todo el sur y centro de Alemania llegaban trabajadores a las minas, con el
resultado de un crónico excedente de mano de obra. Además, la explotación
descontrolada de la plata resultó en una inflación que redujo el número de
trabajadores industriales, incluidos los pertenecientes a la desde hacia
bastante tiempo establecida industria textil en la penuria. Unos meses después
de la llegada a Zwickau Müntzer se hizo predicador en la misma iglesia donde
los tejedores tenían un altar especial, y usaba el púlpito para proferir fieras
denuncias contra los Franciscanos, muy impopulares éstos, pero también contra
el predicador un amigo de Lutero- que disfrutaba del favor de los acomodados
burgueses. Poco después el pueblo estaba dividido en dos bandos hostiles y el
antagonismo entre ellos vino a ser tan agudo que violentos desórdenes parecían
inminentes.
En
Abril 1521, el Concejo del Pueblo intervino y despidió al recién llegado, mientras
tanto un gran número del populacho, bajo el liderazgo de Storch, se alzó en
revuelta. El levantamiento fue sofocado y se realizaron muchos arrestos
incluyendo a más de cincuenta tejedores. En cuanto a Müntzer, se escapó a
Bohemia, aparentemente con la esperanza de encontrar más tarde a algunos
Taboritas allí. Predicó en Praga con la ayuda de un intérprete y también
publicó en Alemán, Checo, y Latín un manifiesto anunciando la fundación en
Bohemia de una nueva iglesia que consistiría solamente de los Elegidos y que
estaría directamente inspirada por Dios. Su nuevo papel lo definió en términos
de la misma parábola escatológica del grano y el forraje que había ya sido
invocada durante la Revuelta de los Campesinos Ingleses: “Ha llegado el tiempo
de la cosecha, Dios me ha contratado para su cosecha. He afilado mi guadaña,
pues mis pensamientos están fuertemente fijados en la verdad, y mis labios,
manos, piel, cabello, alma, cuerpo, vida maldicen a los infieles”.
El
llamado de Müntzer a los Bohemios fue un fracaso, y fue expulsado de Praga.
Durante los dos años siguientes deambuló de un sitio a otro en Alemania
central, en gran pobreza aunque mantenido por una nueva e inamovible confianza
en su misión profética. No volvió a usar sus títulos académicos y firmaba como
“mensajero de Cristo”. Su propio sufrimiento asumió a sus ojos un valor
mesiánico: “Dejad que mi sufrimiento sea un modelo par vosotros”. El Dios
viviente está afilando su guadaña en mi, de manera que pueda yo cortar las
rojas amapolas y los azules acianos. Su deambular llegó a su fin cuando, en
1523, le fue ofrecida una curia en el pequeño pueblo Turingio de Allstedt. Allí
se casó, creó la primera liturgia en Alemán, tradujo himnos del Latín al
vernacular y estableció una reputación como predicador que se extendió por toda
Germania. Campesinos de la comarca, unos cientos de mineros de las minas de
cobre de Mansfeld, venían regularme a escucharle. Junto con los artesanos de
Allstedt, a toda esa gente se dispuso a convertirla en una organización revolucionaria,
la “Liga de los Elegidos”. Esta Liga que estaba compuesta de analfabetos y
gente sin educación alguna, fue la respuesta de Müntzer a la universidad, que
había sido siempre el centro de influencia de Lutero. Ahora la iluminación
espiritual consistía en expulsar el conocimiento de los escribas. Allstedt
remplazaría a Wittenberg y vendría a ser el centro de una nueva Reforma que
sería tanto total como final y sería la entrada al Milenio.
No
tardó mucho Müntzer en involucrarse en conflictos con la autoridad civil, de
manera que los dos príncipes de Sajonia el Elector Federico el Sabio y su
hermano el Duque Juan- comenzaron a ver su comportamiento con una mezcla de
curiosidad y alarma. En Julio de 1542, el Duque Juan, quien había abandonado la
fe Católica y se había convertido en seguidor de Lutero, vino a Allstedt y, en
orden a saber que clase de hombre era Mütnzer, le ordenó predicara un sermón.
Müntzer así lo hizo, tomando su texto del libro de Daniel. El sermón, que
compuso aclaraba sus creencias escatológicas. El último de los imperios del
mundo se acerca a su fin, ahora el mundo no es sino el imperio del Diablo, con
esas serpientes, los clérigos, y aquellas víboras, los gobernantes seculares y
señores, revolcándose en la basura. Es hora de que los príncipes Sajones elijan
si quieren servir a Dios o al Diablo. Si es lo primero, su deber está claro:
Expulsar a los enemigos de Cristo de entre los Elegidos.
Cómo
Müntzer describió el milenio ha sido ampliamente debatido y no es fácil
decidirlo. Según sus escritos ciertamente mostró mucho menos interés en la
naturaleza de la sociedad futura que en la exterminación masiva que
supuestamente precedería a todo esto. Ni parece haber mostrado mucho interés en
mejorar el nivel material de los campesinos entre los que vivía. Unos días
después de pronunciar su sermón ante los príncipes lo encontramos escribiendo a
sus seguidores en Sangerhausen que debían obedecer en todo lo concerniente a
temas temporales a sus señores. Si el señor no estaba satisfecho con los
servicios que recibía, debían prepararse para entregarle todos los bienes
materiales, solamente si interfería en temas concernientes al bienestar
espiritual especialmente prohibiéndoles ir a Allstedt para oír a Müntzer-
entonces sí que debían gritar fuerte para ser oídos por el mundo.
Todo
esto no significa necesariamente que Müntzer no hubiese imaginado su Milenio
como igualitario, incluso comunista. Esto podía igualmente significar que veía
el orden existente del mundo como irremediable hasta que las catástrofes de los
Últimos Días hubieran tenido lugar, y al mismo tiempo daba por hecho que una
vez que todo esto ocurriera el primordial Estado de Naturaleza sería
automáticamente restaurado. Semejantes fantasías, que nunca habían perdido su
fascinación desde los días de los Taboritas, se saben eran familiares en los
círculos en los que se movía Müntzer. Según una fuente confiable el primer
maestro de Müntzer, el tejedor Niklas Storch, mantenía puntos de vista sobre
esos temas difícilmente distinguibles del de los Hermanos del Espíritu Libre,
que mantenían que Dios hace a todos los hombres igualmente desnudos y así los
envía al mundo, de manera que todos sean del mismo rango y puedan compartir
todas las cosas con igualdad entre ellos. De nuevo, Müntzer conoció al joven
humanista Ulrich Hugwald, y Hugwald había escrito una obra profetizando que la
humanidad retornaría “a Cristo, a la Naturaleza, al Paraíso”, lo que definía
como un estado sin guerras o deseos de lujuria y en el cual todos los hombres
compartirían todas las cosas como hermanos. Además, sobre la base que la vida
de un campesino era lo más cercano a lo que Dios había designado a Adán y Eva,
Hugwald terminó convirtiéndose en campesino, y lo mismo hizo el Humanista
Karlstadt, asociado muy de cerca e incluso discípulo de Müntzer. A nivel menos
sofisticado, un simple miembro de la Liga de los Electos señalaba que él
entendía el significado del programa como que “debían ser hermanos y amarse
unos a otros como hermanos”.
En
cuanto a Müntzer, cuando escribe de la Ley de Dios ciertamente parece igualarla
con la Ley Natural absoluta que supuestamente no conoce distinciones de
propiedad o estatus. Según esto Müntzer, al menos en los últimos meses de su
vida, enseño que no debía haber ni reyes ni señores y también, basado en una
mala comprensión de Hechos 4, que todas las cosas debían mantenerse en común.
Juntos, esos hechos ciertamente sugieren que la confesión que el profeta hizo
justo antes de su muerte era probablemente lo suficientemente exacta, incluso
cuando fue extraída mediante tortura. Lo que confesó fue que el principio
básico de su liga era que todas las cosas son comunes a todos los hombres, que
su meta era un estado de cosas en el cual todos serían iguales y cada uno
recibiría de acuerdo con sus necesidades, y que estaba preparado para ejecutar
a cualquier príncipe que se le pusiera en el camino para impedir sus planes.
Cuando
Müntzer dio el sermón ante el Duque Juan esperaba que los príncipes de Sajonia
podrían ser ganados para la causa, y cuando, unos días después, seguidores
suyos fueron expulsados por sus señores sobretodo el Conde de Mansfeld- y
vinieron a refugiarse a Allstedt, llamó a los príncipes para que le vengaran.
Pero los príncipes no movieron un dedo y esto cambió su actitud. La última
semana de Julio predicó un sermón en el cual proclamó que estaba al llegar el
tiempo cuando todos los tiranos serían expulsados y el Reino mesiánico
comenzaría. Esto sería suficiente para alarmar a los príncipes, pero en
cualquier caso Lutero escribió su “Carta a los príncipes de Sajonia”,
señalándoles cuan peligrosa se estaba convirtiendo la predicación de Müntzer.
Como resultado Müntzer fue llamado a Weimar para dar explicaciones al Duque
Juan. Incluso en este caso le fue dicho que se abstuviese de cualquier
pronunciamiento provocativo hasta que el tema fuese considerado por el Elector,
esto fue suficiente para ponerle en el camino de la revolución.
En
el panfleto que a continuación publicó, “El explícito desenmascaramiento de la
falsa creencia del mundo infiel”, Müntzer deja claro que los príncipes no están
capacitados para jugar ningún papel en el comienzo del Milenio han pasado sus
vidas comiendo bestialmente y bebiendo, desde su juventud han sido criados en
la manera más delicada, en toda su vida han tenido un mal día-. Es más, son los
príncipes y señores y todos los ricos y poderosos los que mantienen el orden
social existente, impidiendo que los demás puedan alcanzar la verdadera fe:
“Los poderosos, egoístas infieles, han de ser destronados porque impiden que
surja la santa y genuina fe Cristiana, para ellos y todo el mundo, en toda su
fuerza genuina y original”. Inducidos por escribas mercenarios como Lutero-
“los grandes hacen todo lo posible en su poder para mantener a la gente común
alejada de la verdad”.
Müntzer
había alcanzado el punto que hubieron alcanzado anteriores “prophetae” durante
la Revuelta Campesina Inglesa y la Revolución Husita. Para él también eran los
pobres quienes potencialmente eran los Elegidos, encargados con la misión de
inaugurar el Milenio igualitario. Libres de la tentación de “Avaritia” y “Luxuria”, los pobres
tenían al menos la posibilidad de alcanzar esta indiferencia hacia los bienes
de “este mundo” lo que les calificaría para recibir el mensaje apocalíptico. Serán
los pobres los que surjan como la verdadera iglesia.
“El
explícito desenmascaramiento” estuvo seguido de otro panfleto aún más virulento
dirigido específicamente contra Lutero y titulado “La más amplia llamada para
la defensa y respuesta a la no-espiritual vida relajada en la carne en
Wittenberg”. Lutero y Müntzer tenían motivos para verse mutuamente como
mortales enemigos. Igual que Müntzer, Lutero realizaba todas sus acciones en la
convicción que los Últimos Días estaban muy cerca. Pero para él el único
enemigo era el Papado, en el cual veía al Anticristo, el falso profeta, y era
mediante la diseminación del verdadero Evangelio que el Papado sería destruido.
Cuando esto fuese realizado Cristo vendría para sentenciar a la condena eterna
al papa y sus seguidores y fundar así el Reino pero un reino que no sería de
este mundo. En el contexto de semejante escatología la revuelta armada sería
irrelevante, pues la muerte física infligida por el hombre no era nada
comparada con la sentencia de condena impuesta por Dios. La revuelta armada
sería perniciosa en parte dado que rompería el orden social que permite
diseminar la palabra y además porque desacreditaría la Reforma que para Lutero
era incomparablemente la cosa más importante en el mundo. Era pues de esperar
que Lutero tratase de contrarrestar la influencia de Müntzer. Por otro lado
Müntzer veía en Lutero una figura escatológica, la Bestia del Apocalipsis y la
Prostituta de Babilonia.
Es
en su ataque a Lutero mediante “El más amplio llamado para la defensa” en el
que Müntzer formula de manera más coherente su doctrina de la revolución
social. Mientras Lutero dedicó su panfleto al Elector y al duque Juan, Müntzer
le dedica su respuesta a Cristo como Rey de reyes y Duque de todos los
creyentes y deja claro que por Cristo quiere decir el espíritu de Cristo como
él y sus seguidores lo experimentaban. Y da sus razones: los príncipes
aquellos “paganos sinvergüenzas” como ahora los llama- habían abandonado toda
reivindicación del honor, obediencia, y dominio, que por lo tanto pertenecía
ahora a los Elegidos solamente. Es
cierto que “la voluntad de Dios y su obra han de ser realizadas en su totalidad
mediante la observación de la Ley” pero esto no es tarea para los impíos.
Cuando el impío toma la tarea de suprimir el pecado usa la Ley como medio para
exterminar a los Elegidos. Más específicamente, Müntzer mantiene que en manos
de “los grandes” la Ley de Dios deviene simplemente un instrumento para
proteger sus propiedades. En su duro ataque contra Lutero llega a afirmar que
.. “Esos ladrones usan la Ley para prohibir a los demás robar”.
El
duque Juan escuchó sin protestar el provocativo sermón de Müntzer, el Elector
llegó a decir que si Dios lo quería entonces el gobierno debía pasar a manos de
la gente común, y a la hora de tratar con el “profeta” revolucionario de
Allstedt ambos hermanos mostraban la misma falta de certeza. Era más un gesto
desafiante que una seria preocupación por su seguridad que Müntzer, una semana
después de su audiencia en Weimar, rompió la palabra, saltó de noche la muralla
del pueblo de Allstedt y tomó camino hacia la ciudad imperial de Mühlhausen.
Esta
relativamente amplia ciudad Turingia ya había estado en un estado de
intermitente turbulencia durante un año. Un ex-monje llamado Heinrich Pfeiffer
lideraba a los pobres burgueses en su lucha para arrebatar el control político
a la oligarquía que siempre lo había monopolizado. La mitad de la población de
la ciudad un número proporcionalmente más elevado que el de cualquier ciudad
Germana en aquella época- eran pobres, que en tiempos de crisis siempre se
mostraban dispuestos para experimentos sociales radicales. Aquí Müntzer
encontró un grupo de seguidores pequeño pero entusiasta. Obsesionado como
siempre por la inminente destrucción del impío, hacía que un crucifijo rojo y
una espada desenvainada fuesen llevados delante de él, cuando a la cabeza de
una banda armada, patrullaba las calles de la ciudad. Cuando estalló la
revuelta esta fue rápidamente suprimida y Müntzer, de nuevo expulsado, continuó
deambulando de un lugar a otro. En Nuremberg se las avió para publicar sus
panfletos revolucionarios, pero fueron confiscados de una vez por el Concejo de
la Ciudad y Müntzer tuvo que abandonar la ciudad. Después de algunas semanas de
ir de un lado para otro, lo que le llevó hasta la frontera de Suiza, fue
llamado de nuevo a Mühlhausen, donde Pfeiffer había tenido éxito en
re-establecerse y estaba de nuevo en estado de fermento revolucionario. En
Marzo 1525, el Concejo de la Ciudad fue expulsado y uno nuevo, elegido por los
burgueses, instalado en su lugar. Pero Müntzer no parece haber jugado ningún
papel especial en ello, lo que sí le permitió mostrarse como revolucionario en
acción fue menos la revolución en Mühlhausen que el estallido de la Guerra de
los Campesinos.
Las
causas de la Guerra de los Campesinos en Alemania ha sido y seguirá siendo
objeto de controversia. El bienestar del campesinado Alemán era el mejor que
jamás habían tenido, y particularmente los campesinos que tomaron siempre la iniciativa
en la insurrección, no estaban impulsados por desesperación alguna, sino que
más bien pertenecían a una clase en auge con bastante autoconfianza. Era gente
cuya posición estaba mejorando tanto social como económicamente y por esta
misma razón eran impacientes ante los obstáculos que aparecían en su camino. No
es sorprendente que en sus esfuerzos en remover esos obstáculos los campesinos
se mostrasen nada escatológicos, sino al contrario, estaban mentalizados
políticamente en el sentido que pensaban en términos realistas y posibilidades
realizables. Lo que más deseaba esta comunidad campesina bajo el liderazgo de
su propia aristocracia campesina era el autogobierno, y la primera etapa del
movimiento, desde Marzo de 1525 a comienzos de Mayo, consistía simplemente en
una serie de luchas locales en las cuales un gran número de comunidades
obtuvieron de sus señores, eclesiásticos o laicos, concesiones otorgándoles
gran autonomía. Y esto fue realizado no mediante derramamiento de sangre sino
mediante una intensificación de duras negociaciones que habían venido
realizando los campesinos durante generaciones.
Subyacente
al levantamiento había un conflicto más profundo. Con el colapso del poder real
el estado Germano se había desintegrado en un lío de pequeños estados feudales
a menudo mutuamente enfrentados. Pero cerca de 1525 esta condición cercana a la
anarquía se acercaba a su fin. El campesinado vio su tradicional manera de vida
interrumpida y sus heredados derechos amenazados por el desarrollo de los estados
en un nuevo tipo de estado. Resentían los impuestos adicionales, la sustitución
de la Ley Romana por la “costumbre”, la inferencia de la administración
centralizada en asuntos locales, y pelearon por sus derechos. Los príncipes por
su parte se dieron cuenta claramente que el campesinado estaba atravesado en el
camino de sus planes de construcción de un estado, y comprendieron también que
la insurrección les ofrecía la mejor oportunidad para consolidar su autoridad.
Fueron los príncipes o más bien, un grupo particular de príncipes con la venia
de Lutero- los que hicieron que el levantamiento terminase catastróficamente,
en una serie de batallas, o masacres, en las cuales unos 100,000 campesinos
perecieron. Y fueron las dinastías de príncipes las que ganaron igualmente con
la reducción del campesinado, la baja nobleza y las fundaciones eclesiásticas a
una condición de deplorable dependencia que duraría siglos.
El
núcleo duro de los seguidores de Müntzer aún estaba formado por la Liga de los
Elegidos. Algunos de su anterior congregación en Allstedt se le unieron en
Mühlhausen y sin duda le ayudaron a construir una nueva organización. Sobretodo
continuó confiando en los trabajadores de las minas de cobre en Mansfeld, que
se habían unido a la liga, unos cientos. Esta gente a menudo reclutada fuera,
a menudo emigrantes, expuestos al desempleo y todo tipo de inseguridades- eran
notablemente propensos a todo lo revolucionario igual que los tejedores y eran
temidos por las autoridades. Que fuese capaz de dirigir a semejante séquito le
dio a Müntzer gran reputación como líder revolucionario, así, aunque en
Mühlhausen Pfeiffer no tenía rival, en el contexto de la insurrección campesina
Müntzer le aventajaba ampliamente. Aunque como bien muestran sus demandas de
reforma por escrito- ni siquiera los campesinos Turingios compartían las
milenarias fantasías de Müntzer, seguramente le veían como aquel famoso y
erudito hombre piadoso que se había unido a ellos compartiendo su suerte.
En
Abril de 1525 Müntzer puso en su iglesia una bandera con un arco iris como
símbolo de la Alianza Divina, y anunció que pronto marcharía bajo este estándar
a la cabeza de dos mil “extranjeros” obviamente reales o imaginarios miembros
de su liga. A finales de mes él y Pfeiffer tomaron parte en una expedición de
saqueo durante la cual un cierto número de monasterios y conventos fueron
destruidos, aunque esta no era en absoluto la guerra Apocalíptica con la que
soñaba.
Las
fantasías de Müntzer llegaban hasta Nimrod. Suponía que éste había construido
la Torre Babel, que a su vez identificaba con Babilonia, y era popularmente
visto no solo como el primer constructor de ciudades sino como el que dio lugar
a la propiedad privada y diferencia de clases de hecho en tanto que destructor
del primigenio Estado de Naturaleza.
Al
mismo tiempo a medida que Müntzer y Storch preparaban el camino para la llegada
del Milenio, Lutero por su parte estaba componiendo su feroz panfleto “Contra
las bandas de ladrones y criminales campesinas”. Esta obra influenció mucho en
el alzamiento de los príncipes de Alemania Central, que por cierto habían
mostrado mucha menos resolución que aquellos del sur y oeste, a la hora de
oponerse a la revuelta. El anciano Elector Federico, quien se había mostrado
reticente a actuar contra los campesinos, murió el 4 de Mayo y le sucedió su
hermano Juan. El nuevo Elector se unió a los demás príncipes pidiendo ayuda a
Felipe de Hess un joven de unos veinte años que había adquirido una
considerable reputación como comandante militar que había derrotado en sus
propios territorios una revuelta. Este marchó hacia Turingia y se dirigió a
Mühlhausen, donde los príncipes estuvieron de acuerdo sobre la fuente de toda
la insurrección Turingia. En cuanto a los campesinos, unos ocho mil de ellos habían constituido un ejército en
Frankenhausen. Ciudad muy cercana del cuartel general de Müntzer en Mühlhausen,
y también del castillo de su antiguo enemigo, Ernesto de Mansfeld, parece
probable que la elección estuvo inspirada por el “profeta” mismo. Los
campesinos se unieron a Müntzer como si fuese un salvador, suplicándole que
tomara el liderazgo entre ellos. Mientras Pfeiffer que se oponía a la
intervención, se quedó en Mühlhausen, Müntzer partió al frente de unos
trescientos de sus más devotos y fanáticos seguidores. El número es
significativo, trescientos era la fuerza con la cual Gideon venció a los
Madianitas. En “El desenmascaramiento explícito” Müntzer invocó el ejemplo de
Gideon y en la más violenta de sus cartas añadía “con la espada de Gideón” a su
firma una generación más tarde el líder de los Hermanos de Sangre, igualmente
centrado en Mühlhausen, proclamó su misión como la exterminación de los
infieles con la espada de Gideón. A su particular enemigo, el Conde Ernesto de
Mansfeld, escribió: “Tú, miserable saco de gusanos, quién te hizo príncipe
sobre la gente que a Dios pertenecen?...... Serás entregado a la destrucción
por el poder de Dios si no te humillas ante los pobres.
Felipe
de Hess mostró el más completo desagrado hacia los métodos militares de los
campesinos, y el resultado justificó los riesgos que tomó. El 15 de Mayo sus
fuerzas, ahora fortalecidas por aquellos otros príncipes, habían ocupado una
posición de fuerza sobre una colina desde la que se divisaba el ejército
campesino. Aunque ligeramente inferior en número, el ejército de los príncipes
tenía abundante artillería, mientras los campesinos tenían muy poca, y unos
2.000 jinetes a caballo, mientras que los campesinos no tenían ninguno. El
resultado de una batalla bajo tales circunstancias solo podía tener un posible
resultado, pero los príncipes, no obstante, ofrecieron términos, prometiendo a
los campesinos conservar sus vidas con la condición que le entregasen a Müntzer
y sus más cercanos seguidores. La oferta se hizo seguramente de buena fe, se
quería evitar un innecesario derramamiento de sangre. La oferta probablemente
habría sido aceptada si no hubiera sido por la intervención del mismo Müntzer.
Según
el relato en la “Historia” que parece bastante plausible- el “profeta” dio un
apasionado discurso en el cual declaró que Dios le había hablado y le había
prometido la victoria, que él mismo atraparía la balas de cañón en las mangas
de su abrigo, que Dios primero transformaría el cielo y la tierra antes que
permitir que su pueblo pereciera. El efecto de esta arenga quedó aumentado por
la aparición de un arco iris que, como símbolo de la bandera de Müntzer, fue
por supuesto interpretado como una señal del favor divino. Los inmediatos
seguidores de Müntzer tenían confianza en que un tremendo milagro ocurriría, y
al estar organizados, además de lo fanáticos que eran, sin duda les permitió
dominar a la masa confusa y amorfa de campesinos.
Mientras
tanto los príncipes, al no recibir una respuesta satisfactoria a su oferta, se
impacientaron y dieron orden de disparar los cañones. Los campesinos no habían
realizado ninguna preparación para usar la artillería que tenían, ni intento de
escapar. Todavía cantaban “Ven, Santo Espíritu” como si estuvieran esperando
la Segunda Venida en el mismo momento- cuando la primera y única salva fue
disparada. El efecto fue inmediato y catastrófico: los campesinos rompieron
filas y huyeron presos del pánico, mientras la caballería del enemigo los
dispersaba y masacraba en cientos. El ejército de los príncipes perdió una
media docena de hombres y dispersó a los campesinos y capturó Frankenhausen,
matando a unos cinco mil en el proceso. Unos días después Mühlhausen se rindió
sin luchar, y como castigo por la parte de responsabilidad que se creía tenía
fue obligada a pagar fuertes multas y reparaciones y fue privada de su estatus
de ciudad libre del Imperio. En cuanto a Müntzer, escapó del campo de batalla
pero pronto fue encontrado escondido en un sótano en Frankenhausen. Fue llevado
ante Ernesto de Mansfeld, fue torturado e hizo una confesión referente a su
Liga de los Elegidos, después de la cual fue decapitado en el campo de los
príncipes, junto a Pfeiffer, el 27 de Mayo 1525. Storch, que parece también
tomó parte en el levantamiento, murió como fugitivo ese mismo año.
El
papel histórico de Müntzer de ninguna manera había acabado. En el movimiento
Anabaptista que se extendió largo y ancho durante los años siguientes a la
Guerra de los Campesinos su memoria debió haber sido venerada, incluso aunque
él nunca se llamó a sí mismo Anabaptista. Más curiosa aún es la resurrección y
apoteosis que ha tenido durante los últimos años. Desde Engels hasta los
historiadores Comunistas de hoy día Rusos tanto como de otros países Europeos-
los Marxistas han inflado a Müntzer en un símbolo gigante, un héroe prodigioso
en la historia de la “lucha de clases”. Este es un punto de vista ingenuo, uno
con el que los historiadores no-Marxistas han argumentado fácilmente señalando
la esencial naturaleza mística de las preocupaciones de Müntzer, su
indiferencia general hacia el bienestar material de los pobres. Müntzer era un
profeta obsesionado con fantasías escatológicas que trató de traducir en
realidad explotando el descontento social. Quizá este sea el sensato instinto
que ha llevado a los Marxistas a reclamarlo como suyo.
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