MESOPOTAMIA: LA RELIGIÓN, UNA RESPUESTA
Básico a todas las religiones es una única experiencia de confrontación con poderes no de este mundo. Rudolph Otto llamó a esta confrontación Numinosa y la analizó como la experiencia de un mysterium tremendum et fascinosum, un confrontación con el Todo Otro fuera de la experiencia normal e indescifrable en sus términos; terrorífico, que va desde lo puramente pavoroso y terrorífico a lo majestuoso y sublime; fascinante, con una atracción irresistible, que exige alianza incondicional. Es la respuesta positiva humana a esta experiencia mediante el pensamiento (mito y teología) y la acción (culto y adoración) lo que constituye la religión.
Puesto que lo numinoso no es de este mundo no puede ser de ninguna manera descrito en el sentido más amplio de la palabra; porque toda descripción estará fundamentada en la experiencia mundana y quedará corta. Al menos, como dice Otto, puede ser posible evocar la reacción psicológica humana a esta experiencia mediante analogías, basándonos en el poder sugestivo de la experiencia ordinaria y mundana, la respuesta a que en cierto sentido asemeja o lleva hacia la respuesta a lo Numinoso, y que, de esta manera, puede servir como ideograma o metáfora para ésta.
LA METAFÓRA
La metáfora, dado que constituye el único medio de comunicación de la experiencia de lo numinoso, ocupa un lugar central en la enseñanza religiosa y pensamiento. Forma un puente entre la experiencia directa y mediada, entre los fundadores de la religión y líderes y sus seguidores; aporta un lazo común de comprensión entre los adoradores, y son el medio mediante el cual el contenido religioso y las formas son transmitidos de una generación a otra.
Para un estudio de la religión las metáforas centrales son de vital importancia. Pero al concentrar la atención en las metáforas religiosas es necesario tener en mente su doble naturaleza: señala más allá de ella misma cosas no de este mundo, mientras permanece y es de este mundo, es humana y culturalmente condicionada.
LA SUGESTIÓN
Es fácil pensar que la metáfora religiosa es más representativa de lo que en realidad es y puede ser, por muy difundida y dominante que parezca. Al tratar de interpretarla, uno debe tratar de sacar fuera lo más que sea posible sus poderes para sugerir y recordar lo numinoso. Aunque semejante óptima sugestión no puede ser asumida como el efecto generalmente invariable de la metáfora en los tiempos antiguos. Y como ahora, la respuesta de la gente debe haber variado de momento a momento, y de una persona a otra; momentos de gran apertura espiritual y sensitividad deben haber alternado con momentos en los que el alma estaba enfrascada en eventos seculares o en un humor profano. También cambian las actitudes culturales, y lo que a una generación le parecía nuevo, fresco, poderoso puede haberle parecido a otra viejo y desfasado. Toda esta variedad en la respuesta debe ser tenido en cuenta, pues siempre ha habido en la interpretación de la historia de la literatura pedantes que han fallado en reconocer muchos de los valores que el historiador trata de sacar a la luz.
LITERALIDAD
Es fácil sobrestimar los poderes sugestivos de la metáfora religiosa y asumir que son más generalmente representativos de su periodo y cultura de lo que podría haber sido el caso, así como es igualmente fácil sobrepasar la naturaleza humana de la metáfora religiosa y olvidar que su propósito es señalar más allá de ella misma y del mundo del que fue tomada. En cierta manera semejante inclinación se ve apoyada por la necesidad de explicar el significado literal de la metáfora, su carácter y papel en la vida, y las estructuras de valor que a ésta se adhieren, antes de que uno pueda captar sus poderes como metáfora para con lo Numinoso. Semejante atención a la literalidad, a los propósitos y valores humanos, puede crear un sentido de que todo ha sido explicado y comprendido.
Y esto, de hecho, es así –en el nivel literal. Pero todo el propósito de la metáfora es un salto desde este nivel, y una metáfora religiosa no es verdaderamente comprendida hasta que sea experimentada como un medio para sugerir lo numinoso.
Lo que se pide es un grado de apertura y sensitividad religiosa que haga posible con éste salto una experiencia de la metáfora en tanto que metáfora religiosa. Puesto que sólo el juicio literario puede guiarle a uno hacia lo que es auténtico y genuino en literatura, así el juicio religioso debe ser la guía para la autenticidad de los datos religiosos que sugieren lo Numinoso. No sólo debe ser la guía hacia la autenticidad sino también hacia el grado de comprensión que una metáfora dada pueda sugerir. Porque las metáforas difieren grandemente en lo que intentan (intención) y hacia donde apuntan. Su carácter humano, a veces demasiado humano, se presta a limitarla a este estrecho aspecto de lo Numinoso que responde a las necesidades o miedos humanos: bienestar económico, seguridad, liberarse de la culpa etc. Pero esto no descarta su potencial como vehículo de verdadera respuesta religiosa, como queda claro si comparamos oraciones como: “el pan nuestro de cada día dánoslo hoy”, “libéranos del mal”, y “perdona nuestras deudas”. De hecho, el reconocimiento del hombre de su total dependencia de poderes no de este mundo, un aspecto profundo de su respuesta a lo Numinoso, puede haber encontrado en estas formas su verdadera expresión religiosa como esperanza y confianza trascendente. De nuevo, apertura a un potencial puede ser lo esencial.
MESOPOTAMIA
INMANENCIA
Lo que en la religión Mesopotámica es específicamente Mesopotámico es una tendencia a experimentar lo Numinoso como inmanente en cierto rasgo específico de la confrontación, más bien que todo trascendente. Los antiguos Mesopotamios, parece, veían el poder numinoso como una revelación del espíritu residente (habitante en), como poder en el centro de algo que lo causa ser, prosperar y florecer.
Uno puede contrastar esto con el mundo del Antiguo Testamento, que ve lo Numinoso como trascendente, y considera la experiencia de Moisés con la zarza ardiente, Éxodo 3:1-5:
La historia aclara que Dios es totalmente distinto de la zarza desde la cual habla a Moisés. Parece como si Dios residiese en ahí; pero es completamente trascendente, y no hay sino una relación puramente situacional, efímera, etc. con la zarza.
Un antiguo Mesopotamio habría experimentado semejante confrontación de manera muy diferente. También él habría visto y oído el poder Numinoso, pero el poder de, no el poder en, la zarza, poder en el centro de su ser, la fuerza vital que causa que ésta sea y la hace crecer y florecer. Habría experimentado lo Numinoso como inmanente.
NOMBRE Y FORMA
Debido a esta manera tan característica de experimentar lo Numinoso tanto el nombre y la forma externa que se le daba al encuentro con el poder Numinoso tendían en la Mesopotamia temprana a ser simplemente el nombre y la forma del fenómeno en el cual el poder parecía revelarse a sí mismo.
Mientras que el poder que habla a Moisés en el desierto se desasocia él mismo de la zarza, y se identifica a sí mismo como el dios de los padres de Moisés, los poderes numinosos que hablan al Mesopotamio Enkidu en la épica de Gigamesh no eligen desasociarse de su lugar y no necesitan, por tanto, introducción. La épica de Gilgamesh dice simplemente: El dios sol oyó la palabra de su boca; desde lejos, en medio del cielo, lo llamaba. El poder es visto aquí como inmanente al Sol visible, lo que lo anima y lo motiva, es el dios que lo anima.
En cierto sentido, la forma dada al encuentro con lo Numinoso puede ajustarse al contenido revelado en éste. Puede ser abreviado a un rasgo sobresaliente, como cuando Inanna, el poder Numinoso en el almacén, asume la forma del característico emblema a la entrada principal del almacén de grano, en lugar del almacén como un todo. Igualmente, el dios Ningishzida, Señor del buen árbol, que representaba el poder Numinoso en los árboles para su crecimiento y alimentación, tenía como forma básica las raíces y tronco del árbol; sin embargo, las sinuosas raíces, prototipo del viviente poder sobrenatural, se liberaron a ellas mismas del tronco y devinieron serpientes enroscadas a éste.
Muchas veces tales formas imaginativas no se queda parada en una única interpretación sino que amaña los cambios en una forma con sentido básico en toda una serie de variaciones, cada una expresando el contenido Numinoso subyacente de manera diferente. Como ejemplo se puede señalar una sección de un himno al dios luna, Nanna, que celebra al dios como fuente y proveedor de la fertilidad y plenitud del universo. El himno es muy tardío, pero retiene y refleja actitudes muy tempranas:
Padre Nanna, señor, llamativamente coronado,
Príncipe de los dioses,
…. Fiero joven toro, de espesos cuernos, perfectos miembros,
con barba de lapis lazuli, pleno de belleza…
Los cuernos dorados de la luna creciente son vistos primeramente por el devoto como los cuernos de una corona, emblema de autoridad, y dan lugar a la imagen de un gobernante, un señor o líder carismático mágicamente responsable de producir la fertilidad y plenitud para sus sujetos.
Las situacionales y determinadas formas no humanas que hemos observado son formas originales o muy antiguas –como en el himno al dios luna- que han sobrevivido en una época posterior. Parecen haber tenido su florecimiento en el periodo Protoliterario o antes, o sea, durante el cuarto milenio A.C. A partir de entonces la forma humana parece haber sido una alternativa, o quizá una posibilidad competente; y con el comienzo del tercer milenio, desde las primeras Dinastías en adelante, la forma humana vino a dominar más o menos completamente, dejando a las antiguas formas el, en cierto sentido, papel ambiguo de emblema divino solamente.
La victoria de las formas humanas sobre las no humanas fue lenta y dificultosa. En los tiempos más tardíos las formas más antiguas retienen una curiosa vitalidad, pareciendo que están al acecho bajo lo externamente humano dispuestas a manifestarse para revelar la verdadera esencia del poder y voluntad divina: los rayos atraviesan el cuerpo humano del sol desde dentro, espigas de grano crecen en los hombros de la diosa del grano etc.
También en ocasiones cruciales o importantes era en sus formas antiguas como emblemas que los dioses elegían estar presentes para seguir y guiar el ejército a la victoria, o ser sacadas fuera para ser testigos y garantizar los juramentos.
INTRANSITIVIDAD
Así como la tendencia a ver el poder Numinoso como inmanente llevó a los antiguos Mesopotámicos a nombrar éste poder y atribuirle forma en términos del fenómeno, así mismo todo esto determinó y limitó sus ideas acerca de la función de este poder. El poder Numinoso aparecía realizado en la situación específica o fenómeno y de ahí no pasaba. La deidad no hacía peticiones, no actuaba, meramente venía a ser, era, y cesaba de ser en y con su fenómeno característico. Esta inmanencia es, pues, en, y unida desde dentro la intransitividad de un fenómeno. Es característica para todas las antiguas figuras y estratos en el panteón Mesopotámico y contrasta fuertemente con la transitividad de los dioses más jóvenes, que, aunque también puedan ser el poder en un fenómeno específico, tienen interés, actividad, y voluntad, más allá de éste.
Se puede ilustrar, por ejemplo, el carácter intransitivo de las figuras divinas más antiguas con la figura de Dumuzi, el poder para la fertilidad y la nueva vida en la primavera. De todo lo que sabemos mediante los himnos, lamentos, mito, y ritual, no hay un solo momento en el que el dios actúe, ordene o pida; meramente es o no es. Viene a ser en primavera, es celebrado como desposado en el rito cultual del matrimonio sagrado, es muerto por poderes del mundo subterráneo, y es llorado y buscado por su madre y joven viuda; cualquier acción, realización, petición por parte del dios están ausentes.
En contraste, un ejemplo del aspecto transitivo posterior de la deidad en Mesopotamia queda manifestado en el dios Enlil y en los himnos a este dios que enfatizan que hace el dios a la vida humana. Sin embargo, con Enlil estas contribuciones no son meramente por el mero hecho de ser, --como en Nidaba, diosa de la hierba, grano y las cañas, quien es lo que el grano y las cañas son y para lo que sirven, que es donde estas están y no es donde no están, que no actúa y no desea más allá de esto--, son las consecuencias de la planificación del dios y de sus mandatos, su dominio:
Enlil, por tu hábil planificación en los intrincados designios….
Sobresales en tu tarea de providencia divina.
Eres tu propio consejero ……
Tú eres el Señor: An y rey: Enlil…
Así como Enlil aquí gobierna hábilmente el universo, así su hijo Ninurta en la gran épica acerca de sus hechos, navega en su barco hacia la guerra, pelea, y después juzga a sus enemigos derrotados; mientras que está en el plano humano, bajo su otro nombre Ningirsu, celebra una fiesta durante un tratado fronterizo entre su ciudad Girsu y la vecina Umma, un tratado que después encuentra necesario para defender arma en mano contra las usurpaciones de Umma.
PLURALIDAD Y ELECCIÓN
Lo numinoso era el espíritu y poder que residía en cualquier fenómeno y situación pero que era diferente en cada una de éstas. Así, la antigua religión de Mesopotamia estaba condicionada a una visión pluralista, al politeísmo, y una multitud de dioses y aspectos divinos que esta reconocía.
La pluralidad del poder Numinoso requiere la habilidad de distinguir, evaluar, y elegir; y aquí, también, los antiguos Mesopotámicos se inclinaban fuertemente hacia la situación externa. Era el poder y voluntad que encontraban en un encuentro Numinoso un poder y voluntad para lo bueno o para lo malo? Un poder deseado o un poder a evitar? Hay en la experiencia de lo numinoso pavor y fascinación, y en los niveles más primitivos el pavor tendía a predominar.
La palabra dios en Acadio (ilu) se asocia fácilmente con la noción de miedo paralizante, como cuando Gilgamesh se levanta y le dice a su amigo Enkidu:
Amigo mío, no me has llamado,
Por qué, entonces, estoy despierto?
No me has tocado, por qué estoy sobresaltado?
Ningún dios ha pasado, por qué están mis músculos paralizados?
El concepto Mesopotámico del dios personal, por ejemplo, parece que tiene sus orígenes en este sentido del poder sobrenatural que a menudo acompaña a una buena suerte misteriosa. Aunque no es sólo la buena suerte la que puede ser sentida como misteriosa. La repentina realización de ser víctima del mal –una enfermedad o dolor- puede llevar a sentir una intervención sobrenatural. Tales poderes negativos eran malos, un dios o demonio a ser evitado, uno contra quien el hombre se defiende mediante encantaciones y otros mágicos medios; ningún aliado era invitado, ninguna alianza era ofrecida, ningún culto desarrollado; el poder tomaba su lugar entre los innumerables otros poderes destructivos –demonios, dioses malos, malos espíritus- que le eran desfavorables al hombre. Algunas veces son descritos como tormentas y vientos, algunas son fantasmas que no pueden encontrar reposo en el mundo subterráneo, otras veces tienen el nombre de alguna enfermedad específica. Son poderes y voluntades sobrenaturales que desean hacer el mal.
UN HABITÁCULO LOCAL
La respuesta a un poder considerado malo era defenderse contra él y guardarse de éste; para con uno considerado bueno era menester agarrarse a él y tratar de asegurar su presencia. En estas respuestas los antiguos Mesopotámicos estaban gobernados por la convicción de que el poder Numinoso era inmanente, estaba ligado con el fenómeno en el que residía en su mismo centro y le causaba ser. Traer el fenómeno a la existencia era también y necesariamente traer a la existencia su poder y voluntad; y la creación de la forma externa, la morada externa, invitaba –o forzaba mágicamente- la presencia del poder dentro de éste.
Prominentes entre tales esfuerzos para asegurar la presencia del poder Numinoso, o facilitarle una habitación, era el drama cultual, modelar imágenes divinas apropiadas, literatura religiosa, y la construcción de templos.
El propósito y el significado de los dramas cultuales antiguos Mesopotámicos fue aclarado por Pallis, quien en su estudio del festival de Akitu en Babilonia, lo compara con dramas similares: en el rito, el hombre –en la persona del líder de la comunidad- representa al dios, literalmente lo re-presenta, actuando como el dios, presentando su forma externa, el deviene el dios, la forma llena con su contenido, y como el dios, realiza los actos que cumplen la voluntad divina con todos sus resultados benignos para la comunidad.
Los tres dramas cultuales más importantes conocidos eran “el matrimonio sagrado” que une los poderes de la fertilidad al representante divino del almacén de la comunidad, las lamentaciones anuales por los muertos y la desaparición del poder de la fertilidad a comienzos de la estación de sequía, y el drama de la batalla en la cual una lucha primitiva por el orden del mundo contra las fuerzas del caos era peleada de nuevo y reconquistada. A estas tres se le pueden añadir una variedad de viajes rituales en los cuales una deidad viajaba para visitar a otra en una localidad diferente para una purificación ritual, investidura, o re-investidura con poderes y beneficios.
Así como el drama cultual traía la presencia del dios mediante la representación ritual, así la modelación de imágenes del dios realizaba su permanente presencia. Hay evidencias de tales imágenes en el periodo de Uruk hasta el final de la civilización Mesopotámica. Las primeras imágenes parecen haber mostrado a los dioses en su forma no humana; más tarde las imágenes con forma humana prevalecieron y las antiguas imágenes no humanas fueron consideradas como meros emblemas aunque eran todavía la forma bajo la cual los dioses acompañaban al ejército en la batalla y la forma mediante la cual validaban los juramentos.
La poesía era otra manera de invocar la presencia de los poderes, porque la palabra crea su propia realidad. Esto se ve en las encantaciones, que a menudo utilizaban la forma de mandamiento, para exhortar a las fuerzas malas a marcharse. Materiales tales como la sal o el agua que eran usados en rituales mágicos estaban benditos. Al enumerar sus puros orígenes y poderes sagrados sus poderes eran, por así decirlo, recargados a su más alto nivel de eficacia mágica.
El poder creativo de la palabra subyace a toda la literatura religiosa Mesopotámica. Quizá más en los tiempos tempranos, y probablemente cambiaron, con el uso en los rituales, hacia un propósito instructivo, o para entretenimiento. La antigua literatura religiosa muestra una división básica en obras de alabanza (tanittum) y obras de lamento, cada una tenía su intérprete especialista, el cantante (Narum) para la literatura de alabanza, el elegíaco o sacerdote de las lamentaciones (kalûm) para las canciones de lamento.
La literatura de alabanza incluía himnos a los dioses, templos, o gobernantes deificados, así como los mitos, épicas, y disputas. Activaba el poder ya presente o a la mano. La literatura de lamento era dirigida a los poderes perdidos, difíciles o imposibles de recuperar: el joven dios muerto de la fertilidad en el mundo subterráneo, el templo destruido, y el rey muerto o los humanos ordinarios. Los lamentos eran una reconstrucción mágica, un intento en hacer regresar o recuperar al dios perdido o el templo recreando mentalmente su presencia perdida. Progresivamente bajo la influencia del sociomorfismo, el aspecto del enforzamiento mágico parece haber disminuido, cediendo el paso a la petición. En este nuevo aspecto la literatura de alabanza se dirigía principalmente a alabar a los poderes gobernantes y, por lo tanto, hacerlos favorables a la petición humana. Los lamentos se dirigían a influenciar y persuadir el corazón de la divinidad recordándole al dios la pasada felicidad, más bien que mediante recrear el pasado.
Finalmente, los esfuerzos para realizar y asegurar la presencia divina tomó la forma de la construcción de templos. La palabra Sumeria y Acadia para templo es la misma que la palabra para casa (é= bîtum). Implicaba entre el dueño divino y su casa no sólo toda la cercanía emocional del dueño humano y su casa, sino que iba más allá de esta cercanía de la esencia, del ser, llegando más cerca de la encarnación que de la habitación. En cierto sentido el templo, no menos que el drama ritual y la imagen de culto, eran una representación de la forma del poder que se suponía los llenaba. El templo, a diferencia de las casas humanas, era sagrado.
Al tratar con el material Mesopotámico hay que tener en mente que los antiguos elementos culturales sobreviven, y que pueden ser reinterpretados una y otra vez; pues hay documentos religiosos, mitos, épicas, lamentos etc. que han sido trasmitidos casi sin cambio copia tras copia por un periodo de más de mil o mil quinientos años, por lo que es difícil decir si un documento se originó en el periodo del que parece proceder, o si era de tiempos más tempranos.
Uno pude reconocer tres metáforas religiosas principales mediante las que los dioses eran vistos y presentados:
1. Como fuerza vital, el centro o esencia espiritual en un fenómeno.
2. Como gobernantes.
3. Como padres, cuidando del devoto individual y su conducta como hacen los padres con sus hijos.
De estas tres diferentes maneras de ver y presentar a los dioses, la primera parece ser la más antigua y la más original; porque es la única que nunca está ausente. Una característica ligazón a cierto fenómeno –intransitividad- es un aspecto básico en todos los dioses Mesopotámicos. Los dioses son mostrados en forma no humana, forma que los liga muy de cerca con el fenómeno específico del cual son el poder que los habita (el pájaro con cabeza de león para Ningirsu/Ninurta del trueno rugiente, el portal emblema para Inanna, numen del almacén), o agarran con sus manos el emblema del fenómeno en el cual ellos son el poder, como cuando Dumuzi, dios de la fertilidad y la cosecha, es pintado llevando en su mano una espiga de cebada.
La segunda metáfora, la del gobernante, parece ser posterior. Es menos común, y donde ocurre está ligado íntimamente con las formas sociales y políticas de carácter relativamente avanzado. La más antigua evidencia para esta metáfora data de los periodos Jemdet Nasr, y del periodo de la siguiente Dinastía temprana cuando los nombres divinos estaban compuestos con el término en Señor: En-lil, Señor Viento y En-ki, Señor del suelo. La elaborada mitología política asociada con esta metáfora con su asamblea general de dioses reunidos en Nippur parece reflejar condiciones políticas históricas no anteriores a la Primera Dinastía.
La tercera metáfora, la del pariente, se centra en los salmos penitenciales, un género no muy en evidencia antes de los tiempos Babilonios Antiguos; después del cual se expande.
Aplicando este esquema cronológico general, se puede distinguir tres aspectos mayores o fases de la antigua religión Mesopotámica, cada fase correspondiente a, y caracterizando, un milenio; cada una reflejando las esperanzas centrales y miedos de sus tiempos. Se puede considerar, por lo tanto:
1. Una fase temprana representativa del cuarto milenio A.C. centrada en el culto de los poderes en los fenómenos naturales y otros esenciales para la supervivencia económica. El dios que muere, el poder de la fertilidad y plenitud, es una figura típica.
2. Una fase posterior, representativa aproximadamente del tercer milenio A.C. la cual añade el concepto del gobernante y la esperanza de seguridad contra los enemigos. Esta fase tiene como figura típica los grandes dioses gobernantes de la asamblea de Nippur.
3. Finalmente, hay una fase representativa del segundo milenio A.c. en la cual la fortuna del individuo aumenta en importancia rivalizando con la economía y seguridad comunal. La figura típica es el dios personal.
En la mitad última del segundo milenio y en el siguiente primer milenio una época oscura cayó sobre Mesopotamia. La antigua armazón dentro del cual se podía entender el funcionamiento del cosmos sobrevivió, pero se mudó desde la interacción de muchas voluntades divinas hacia el malévolo capricho de un solo déspota. Los principales dioses vinieron a ser dioses nacionales, identificados con aspiraciones políticas nacionales estrechas. Tuvo lugar un embastecimiento y barbarización correspondiente de la idea de la divinidad, no surgieron conceptos nuevos, sino más bien dudas y desesperación en abundancia. La brujería y hechicería causaban sospechas en todos los sitios; los demonios y malos espíritus amenazaban la vida constantemente.
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