Parménides, nativo del Sur de Italia, en la ciudad de Elea (540-480 A.C.). Fue miembro de una familia adinerada y se dice que gobernó en Elea o pudo haber hecho leyes para la ciudad que fueron mantenidas durante mucho tiempo. Se dice que fue alumno de Xenophanes pero, Diógenes Laercio (IX.21), dice que no es seguidor de éste, porque también se juntaba con Ameinias el Pitagórico, un hombre gentil y valioso, aunque pobre. Es a éste Ameinias a quien estaba inclinado a seguir, y a su muerte le construyó una capilla. Es mediante Ameinias, no Xenophanes, que alcanzó la paz.
La relación de Parménides con el pitagorismo y Xenophanes no está clara. El pitagorismo contenía elementos dualísticos junto con elementos monistas, y en los días de Parménides los pitagóricos parecen haber favorecido el aspecto dualista. Para ellos, los contrarios, como dice Aristóteles, son el principio de las cosas. Los contrarios fueron formulados en una lista de diez pares de opuestos. Parece que Parménides pudo haber sido iniciado en la filosofía entre los pitagóricos, pero parece que en cierto momento se convirtió del dualismo pitagórico a las enseñanzas de Xenophanes, quedando convencido que debe haber un elemento original, no dos. Buscando dar una definición más rigurosa del absoluto inmóvil de Xenophanes, parece haber adoptado conscientemente un lado de la tabla de opuestos Pitagórica y renunciado al otro. Por lo tanto, su Ser tiene las cualidades de Límite, Unidad, e Inmovilidad, las cuales están entre las diez cualidades positivas en la lista Pitagórica, pero faltan los contrarios Indefinición, Multiplicidad, y Cambio, que están entre las diez cualidades negativas.
Parménides es un monista en la tradición de Xenophanes, no un Pitagórico. Trató de poner en riguroso orden y en inescapable argumento la percepción del monismo expresada más suavemente e imaginativamente por Xenophanes; con su obra las tradiciones de la dialéctica y la lógica comenzaron a surgir y articularse.
Xenophanes afirmaba que el Ser último debe ser inmóvil y estático. El concepto de moción incluye cualquier clase de transición de un estado a otro; cualquier cambio, tal como el cambio de temperatura o de color, es un tipo de movimiento. Una creencia en el cambio requiere una creencia en la pluralidad, dado que el estado anterior y el estado posterior al cambio están separados; el que existan dos o más estados diferentes en sucesión temporal es un tipo de pluralidad y rompe lo absoluto del Uno. Sobre la afirmación de que el cambio implica pluralidad, por lo tanto, el Uno debe ser incambiable.
Pareciendo convencido por Xenophanes de que el Ser absoluto ha de ser incambiable y estático, Parménides aceptó rigurosamente las consecuencias, o sea que el mundo de la experiencia diaria debe no existir. La experiencia involucra cambio, y el Ser absoluto no puede cambiar, porque entonces no sería él mismo. La experiencia, pues, ha de ser otra cosa que el Ser; pero ser otro que el Ser es absurdo. La conclusión es que los objetos y eventos de la experiencia no son. Xenophanes había visto que la realidad del Uno disminuye la realidad de los Muchos; Parménides vio de manera más radical que este aniquila a estos. El Ser es, señala Parménides, y el no-Ser no es. Por lo tanto no puede haber mezcla de ellos, porque si el Ser contuviese alguna mezcla del no-Ser, entonces no sería; pero que el Ser no sea es una contradicción en los términos. Así, mediante una llamada implícita a la Ley de Contradicción, la realidad exclusiva y total del Ser es establecida.
Es como si Parménides hubiese descendido al fundamento más profundo de la estructura del pensamiento, antes de ningún mito, antes de ninguna imagen. La robusta simplicidad de este estilo de pensamiento es implacablemente revelada: Sin mezcla de no-Ser para crear rupturas, el Ser debe ser un único continuo Uno. Y sin mezcla de no-Ser para crear diferentes texturas o densidades en éste, éste debe ser exactamente igual en todas partes. Puesto que es ahora, y permanece para siempre, exactamente igual (exactamente e incambiable en sí mismo), entonces las diferenciaciones tales como las que los sentidos parecen indicarnos no pueden estar involucradas en éste; éste es sin rasgos distintivos e indiferenciado en un sentido más radical que lo era el infinito de Anaximandro. Mientras que el infinito de Anaximandro contiene todas las cualidades pero se niega a hacerlas explícitas, el Ser de Parménides simplemente no contiene cualidades.
Esta falta de cualidades continúa desplegando sus implicaciones. Puesto que no tiene mezcla de no-Ser, el Ser es completamente lleno por todas partes, no hay lugar para que nada se mueva dentro de éste. No hay lugar donde ir pare el Ser excepto el Ser, donde de hecho ya está. Al no tener cambio alguno, mediante el cual son definidas las diferencias en el tiempo, al Ser le falta también la distinción del tiempo; porque no tiene ni pasado ni futuro, sólo: el Ser es. Esta tautología era la aproximación más cercana, en sus días, a una pura abstracción.
El surgir de un pensamiento sin metáforas escondidas de imágenes visuales es un momento cultural monumental, que no tuvo lugar de un solo golpe sino mediante etapas, y el texto de Parménides no era la etapa final del proceso. Un elemento aparentemente advenedizo a nivel de imagen (no mencionado arriba) se conservaba aún. Parménides, siguiendo la tradición presocrática observada por Anaximandro, Xenophanes, y Pitágoras, describió a su Ser sin forma como esférico. Esta imagen puede reflejar, a pesar de la distancia, la influencia de la astronomía Mesopotámica, o alguna fuente cultural que enseñaba que la ciclicidad y la moción circular eran características de las entidades cósmicas, tales como los planetas y las estaciones. Sobrevive como una constante en la tradición metafísica Griega: para Platón y Aristóteles, todas las cosas perfectas se mueven en círculos.
La forma del argumento de Parménides es tan remarcable e histórica como sus contenidos. La tradición Occidental del pensamiento sistemático fluyó de este como una viña de su semilla. Parafraseando el punto central: “Es imposible”, razona Parménides, que algo venga a la existencia, porque debe procede de algo, en cuyo caso ya existía antes, o de la nada, lo cual es imposible, dado que nada no existe. Similarmente, es imposible que algo salga fuera de la existencia, porque iría a algún sitio, en cuyo caso todavía existe, o a ningún sitio, lo que es imposible, porque ningún sitio no existe. Por lo tanto, Parménides concluye, nada puede entrar o salir del Ser, lo que significa que todo debe permanecer justo como está (es); el cambio es imposible.
Este argumento, robusto por su simplicidad, perfecto en el refinamiento de su pensamiento, y asombroso por la audacia de su alcance, es masivamente significante en dos maneras. Una, es la primera metafísica sistemática, enfocada en el concepto del Ser absoluto y sus sorprendentes, incluso alarmantes, ramificaciones. En adición, es la primera estructura lógica formulada completamente en cualquier documento humano existente –el primer argumento basado en lo que hoy conocemos como lógica. Demuestra, primeramente, el enorme poder persuasivo de un método lógico sistemáticamente aplicado, su manera onto-genética de dar por sentado. Al usar la lógica para erradicar el mundo de la experiencia y de los sentidos, Parménides demostró el poder potencial de la filosofía como poseyendo una magia incluso más allá de la religión y la mitología. La disposición de Parménides para sacrificar el ámbito de la experiencia humana por un absoluto demuestra y encarna la pasión que la abstracción y la lógica, aquellas nuevas formas de pensamiento, ejercían cuando aparecían en el escenario de la conciencia.
Timon de Flios caracterizó con exactitud la realización de Parménides como la introducción del pensamiento sistemático en lugar de las fraudulentas intuiciones de la imaginación. La observación señala hacia el hecho que el sistema de Parménides contiene, implícitamente pero como su estructura básica, los principios que más tarde Aristóteles formularía como las tres Leyes del Pensamiento. La Ley de Identidad –que A es A y no es no A- está plasmada en la incesante insistencia de Parménides sobre la auto-naturaleza del Ser. La ley de exclusión del medio (centro) –la negación de que X pueda ser tampoco A y No-A- está plasmada en su negación de que pueda haber cualquier otro camino de pensamiento a parte de Ser o no-Ser, y en el riguroso método dicotómico. La Ley de Contradicción –que no X pueda ser A y No-A al mismo tiempo- está plasmada en su rechazo de la fórmula de que algo es y no es a la vez, y en la refutación de los miembros de la dicotomía. Su ontología es una encarnación, en forma abstracta, de esas tres asunciones. La Lógica es proyectada hacia fuera como Ontología.
Heráclito hizo justo lo opuesto. Su ontología es la encarnación de un rechazo sistemático de las tres Leyes del Pensamiento. La Ley de Identidad es rechazada junto con la permanente identidad de las cosas, la cuales, de acuerdo con Heráclito, son llevadas las unas hacia las otras, o sea, a través de la identidad de una a la otra, invadiéndose. Tanto la Ley de Contradicción y la Ley de Exclusión del Medio son rechazadas en formulaciones tales como el fragmento 49ª: Somos y no somos al mismo tiempo. Parménides renuncia al mundo de los sentidos a favor de los principios de la lógica; Heráclito renuncia a los principios de la lógica a favor de los sentidos.
Mientras que Parménides denuncia el mundo de los sentidos como no existente, también nos relata por qué, aunque no existe, aparece. Utiliza la palabra hapate (engaño o truco) para describir el mundo de la experiencia de los sentidos. Similarmente en Sánscrito la palabra maya significa ilusión en el sentido de truco mágico. En otras ocasiones usa la palabra doxa, una forma nominal del verbo dokein –parecer- del cual Xenophanes había adoptado la forma dokos. Dokein tiene tanto un aspecto subjetivo como objetivo: Por otro lado, significa parecer, aparecer, pretender ser; por otro, se refiere a la mente a la cual la apariencia aparece, en cuyo caso significa pensar, creer, tener la opinión que. El ámbito de la doxa es, por otro lado, el ámbito de las apariencias, y, por otro, el ámbito de creer ser. Es tanto un término individual como general, significando lo ilusorio del mundo en tanto que principio cósmico, y la ilusión individual de los sistemas de creencias de la gente. La reciprocidad de la apariencia y de la subjetividad a la cual aparece es central al concepto que el término significa. Parece que Parménides quiere decir que las falsas creencias surgen del falso creer. El proceso del falso creer fue puesto en movimiento por una concepción errónea primordial.
La gente acostumbra a nombrar dos formas (dice Parménides), de las cuales una no debería ser nombrada –éste es su error; y determinan estas dos formas como diferentes asignándoles marcas o características diferentes las unas de las otras, (fr. 8.50 ff).
Esta percepción primordial de la dualidad de la diferencia es un escenario semi-mítico del Momento Original. En este momento, la gente distinguió equivocadamente entre el Ser y el no-Ser, creyendo que ambos contribuyen de alguna manera a la existencia. Y, en este momento, de hecho comenzó a ser así –al menos en términos de la experiencia humana, o de su subjetividad, residente en su propia doxa– palabra que también significa sueño, visión, ilusión.
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