PALABRAS SAGRADAS Y CONOCIMIENTO SAGRADO EN EGIPTO
El lenguaje como dimensión de presencia comenzo con dos conceptos Egipcios: akhu “poder radiante” y ran “nombre”. Las palabras Sagradas radiantes y poderosas nos informan de otro mundo, una esfera de significado divino que es impuesta a la realidad de este mundo de manera que la explica y le da sentido. En lugar de aportar definiciones, los Egipcios dirán nombres, o sea, los nombres sagrados y secretos de cosas y acciones que los sacerdotes tenían que conocer para ejercer el poder radiante de las palabras. Una forma característica, ciertamente temprana, de tratar con estos nombres es el comentario (“esto significa”), como está ejemplificado en el Papiro Dramático Ramesseum, que registra conocimiento que se despliega en dos niveles: el de las experiencias y el de los significados, o nombres. Esto se puede ver en el texto siguiente del Papiro Ramesseum:
“Ocurrió que el pilar fue erigido por los mensajeros reales. Esto significa: Horus ordenó a sus hijos que levantaran a Seth bajo Osiris”.
El comentario va dirigido al sacerdote; no es palabra sagrada puesto que no es recitada en el culto. Lo único recitado son los discursos dramáticos que una deidad dirige a otra y que funcionaban completamente en el nivel divino de significado. Pero como regla, estos eran formulados de manera tal que podemos reconocer elementos del nivel cultual en su mismo sonido. Así, en nuestro ejemplo, Horus dice a sus hijos, “Dejemos que esto aguante (dd) bajo él!” La palabra “dd”, aguantar, soportar, se refiere al pilar (dd).
Esta estructura de conocimiento del fenómeno y sus significados misteriosos (“nombres”) que derivan del ámbito divino también tiene lugar en los textos mortuorios que tratan de proveer al fallecido con el conocimiento necesario para el viaje en el más allá. En estos textos, la persona fallecida mayormente se representa a sí misma en su papel divino, su “nombre” en la forma más elaborada traspone su cuerpo miembro a miembro al ámbito divino.
Así surge una acumulación de conocimiento en conexión con el principio de explicación sagrada de los actos cultuales, un sistema doctrinal en el cual cualquiera que quisiera asociarse con los dioses tenía que ser iniciado –el rey, el sacerdote, el fallecido. El significado divino que otorga el poder radiante del discurso divino a las palabras pronunciadas por los sacerdotes a medida que realizan sus deberes cultuales deviene, en la boca del fallecido, una palabra codificada, de paso, que le capacitaba para hacer su camino y superar los peligros del más allá. Estos conocimientos disponibles para los fallecidos, eran puestos como escritos en las tumbas de estos. Podemos comprender correctamente el significado de este conocimiento sólo si reconocemos que esos textos mortuorios son el reflejo de una literatura sacerdotal mucho más comprensiva desaparecida para nosotros, en parte porque se comunicaba principalmente oralmente debido a la naturaleza secreta y sagrada del nombre y del discurso divino, y en parte porque no se dispone de ninguna librería de un templo, sea de sus archivos o escritos, con la codificación escrita de este conocimiento.
El mundo de las deidades de Egipto no es objeto de creencia, sino de conocimiento: conocimiento de los procesos de los nombres, acciones, y eventos que fueron superpuestos en una manera que los explica y les da sentido, los salva y transfigura en un ámbito de manifestaciones en el culto y en la naturaleza, un ámbito que no era ya sagrado directamente sino solamente sagrado en sentido simbólico. Este conocimiento hacía invulnerable al fallecido, y purificaba al sacerdote del contacto para poder contactar con las deidades y le autorizaba para hacer uso del “poder radiante de su boca”. El conocimiento se refería al discurso y su uso en el culto. La cosmografía describe los procesos cósmicos del curso del sol usando interpretación sacramental, dándole un significado sagrado, de manera que el sacerdote pudiera acompañarlo con recitaciones horarias. Mediante esos himnos era capaz de fomentar el curso del sol porque legitimizado por su conocimiento de los significados que surgían del ámbito divino, podía iluminar el sentido sagrado de los procesos visibles mediante el poder radiante de sus palabras.
El lenguaje en tanto que dimensión de la presencia divina estaba dividido en dos aspectos: conocimiento y discurso. En la dimensión cultual, los dioses hacen su aparición como estatuas de culto y señores del lugar, y en la dimensión cósmica, eran fenómenos naturales; en la dimensión mítica son nombres, o un texto que está detrás del mundo de las apariencias, interpretándolo y dándole sentido. Se dice de los dioses que surgieron “de la boca” del dios creador y que son los nombres que éste dio a las partes de su cuerpo. En la teología de la creación, el “texto” que imparte sentido, el acto del discurso del creador, precede al mundo de las apariencias que necesita sentido, precisamente en el sentido de las características Platónicas del pensamiento mítico, como bien señaló M. Eliade.
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