EGIPTO: MITO, ICONO, E HISTORIA
“Icono”: es el nombre que le hemos dado a la forma en la cual una ocurrencia en la realidad visible –en el culto o en el cosmos- es identificada como evento en el ámbito divino de acuerdo con el principio de la interpretación sacramental. Éste evento es representado como una interacción de deidades actuando en el marco de papeles y constelaciones típicas y establecidas. Así, por ejemplo, la salida del sol es explicada como nacimiento, y el nacimiento es representado como la interacción de las constelaciones madre e hijo, hijo, y nodriza, hijo y adorantes. O, una ofrenda es explicada como la restitución de la fuerza vital, y la fuerza vital es representada como acción en el marco de la constelación del padre fallecido, su hijo, y un enemigo. Los iconos son intemporales o relacionados a un “presente intemporal”, porque son los arquetipos divinos de acciones que son continuamente realizadas en el culto y en el cosmos. En el proceso, los iconos son realizados mediante el poder radiante del lenguaje. Cada mañana, el sol nace de nuevo; en cada coronación, Isis nutre de nuevo a su hijo Horus; con cada ofrenda, el Ojo de Horus es restaurado de nuevo. En los iconos, el tiempo se detiene, o mejor, es “ornamentalizado” en la forma de un sin fin de selecciones de patrones superpuestos.
Las historias están siempre relatadas a un lugar en el tiempo, y ocurren en el pasado. Por esta razón, sólo pueden ser relatadas así como los iconos sólo pueden ser descritos. Están relacionados con el modo de narración, así como los iconos están relacionados con el modo de descripción. Además de su referencia al pasado, una historia denota una coherencia específica que es esencialmente teleológica: una cadena de episodios es conectada en una historia de manera tal que es dirigida hacia una meta. El ciclo de iconos relacionados al curso del sol están faltos no solo en la referencia narrativa ( o sea, respecto al pasado), sino también en coherencia narrativa. Los iconos de la mañana, la jornada diaria, la puesta, y el viaje a través del mundo subterráneo describen y explican una ocurrencia en el presente. Su relación resulta de esta ocurrencia en la que el día sigue a la mañana, y así sucesivamente. Se puede llamar a este tipo de coherencia, que resulta en textos rituales, de la constante secuencia de actos cultuales, “coherencia práctica”, porque su existencia real no está en el texto, sino en el mundo de los objetos y hechos a los que el texto se refiere. Además, su mutua relación sigue el principio de la analogía, especialmente respecto al ciclo de la vida humana (nacimiento, adultez, ancianidad, muerte).
Los mitos Egipcios combinan el principio de los iconos y el principio de las historias, “iconicidad” y “narrativa”. Sería un error hacer una distinción entre iconos y mitos. En Egipto, los iconos eran el material del cual estaban hechos los mitos, y las historias eran la forma en la cual el material era desplegado. Los iconos podían en cualquier momento ser desarrollados en historias, y las historias podían en cualquier momento ser condensadas en iconos. Es el caso cuando un episodio mítico, por ejemplo, el de Isis y el niño Horus, ocurre fuera del mito de Osiris y desarrolla un significado independiente en varios contextos. En contraste con los mitos Mesopotamios y Griegos, la fijeza icónica de los mitos Egipcios prevenía su desarrollo en historias verdaderamente efectivas. Aunque se liberaban ellos mismos de la coherencia práctica del ritual y eventos cósmicos, desarrollaban sólo una coherencia narrativa débil. Sus episodios están débilmente relacionados mutuamente, y sus caracteres parecen escasamente menos fijados en sus papeles que en las constelaciones de iconos. A sus protagonistas les falta coherencia, sea con respecto a sus acciones (carácter, voluntad, intencionalidad) o a sus experiencias (reflexión, desarrollo, asimilación de su propio pasado). Las acciones a menudo permanecen extrañamente sin consecuencias, y los caracteres frecuentemente cambian su mente sin ningún motivo aparente.
Los mitos eran historias acerca de la deidad, y sólo acerca de deidades. Relacionar los mitos era una forma de contacto con lo divino, y el mito era así una dimensión de la presencia divina y de la experiencia religiosa. Pero el mito no era “narrativa teológica”. El tema de los mitos no era la esencia de las deidades, sino más bien la esencia de la realidad –creo que esto no es sólo válido para la mitología Egipcia-. Los mitos establecen y marcan el área en la cual las acciones y experiencias humanas pueden ser orientadas. Las historias que cuentan acerca de las deidades se supone traen a la luz la estructura significativa de la realidad. Los mitos siempre están puestos en el pasado, y siempre se refieren al presente. Lo que relatan acerca del pasado se supone vierte luz sobre el presente. Su intención no es relatar el pasado, sino hacer de éste un preludio del presente en la forma de una proyección genética. Establecen la afirmación, “el mundo es A”, en la siguiente forma:
Hubo un tiempo cuando el mundo no era –A
Entonces ocurrió cierto evento
El resultado fue: el mundo es A
Podemos llamar esta función del mito “explicativa”, pero hay que ser consciente que esto no tiene nada que ver con la transfiguración, sino más bien con la explicación, con atribuirle sentido a la realidad. Los muchos mitos de “como llegó la muerte al mundo” no son un intento de transfigurar la muerte, sino más bien para relacionarla a otros rasgos de la realidad presente, tales como la escasez, trabajo, ausencia de lo divino, y sexualidad, y para encajarla en un diagnóstico comprensivo de la conditio humana. Esta “explicación genética” de la realidad no ha de ser confundida con la etiología. La diferencia entre los mitos explicativos y etiológicos está en el estatus de la cuestión inicial. La cuestión de cómo la muerte vino al mundo tiene un estatus diferente a la de de cómo el tordo adquirió su pechuguilla roja.
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