LA RELIGIÓN EGIPCIA, LENGUAJE, SIGNIFICADO, Y ACCIÓN
Me gustaría extender al concepto de acción lo hasta ahora tratado acerca de la relación entre lenguaje y personalidad. Las deidades son personales no sólo en la medida que se hacen entender mediante el discurso y están pues abiertas a la comprensión, sino también en la medida que actúan. El concepto de una deidad que actúa presupone integración en la constelación de una “esfera de pertenencia”. Este contexto puede ser mostrado partiendo de un grupo de textos que no se refieren al rey realizando un papel divino, como en el caso de los Textos de las Pirámides, sino más bien a un dios genuino: las representaciones de los himnos (liturgia) y cosmográficas del curso del sol. Esos textos se refieren al fenómeno cósmico del ciclo día/noche, entendido como la órbita del sol alrededor de la tierra precisamente en el mismo sentido de una explicación sacramental como los textos dramáticos y las transfiguraciones que se refieren a los actos y objetos del culto.
Ya he hablado de la representación del fenómeno cósmico que los himnos solares y textos cosmográficos comprenden como el curso del sol. Podemos reducirlos a una fórmula simple: representan esos procesos como acciones. Como el discurso, y sobre la base del discurso, la acción es también un fenómeno social y semántico. La acción ha de tener significación y el significado ha de ser comunicado socialmente, y esto presupone una dimensión social y semántica de la realidad. La acción ocurre con respecto a un compañero en un horizonte común de significado y metas, expectativas, y valores compartidos. En la concepción clásica egipcia, la dimensión social de la acción divina es el ámbito divino. Los compañeros en esta acción son aquellas deidades que entran en las relaciones de una constelación con la deidad que es el tema central en cada caso dado ---en este caso, con el dios sol. Las deidades también podían actuar en referencia al ámbito humano. Con respecto al curso del sol en particular, nada parece más obvio –si lo interpretamos como acto divino, como la acción de la deidad solar— que relacionarlo con el mundo de los humanos. Así pues, tiene lugar una lectura de la naturaleza que reconocía el trabajo de una voluntad divina creativa en el/los fenómeno(s). Pero hay que especificar que la teología monoteísta de Amarna está en la tradición de una “teología explícita” que desde hacía tiempo se había separado del concepto tradicional del curso del sol y sacado las consecuencias de esta oposición de una manera radical e intolerante.
Según el concepto clásico-tradicional del curso del sol, éste era interpretado como acción dentro de un marco de constelaciones cambiantes en el ámbito divino. Justo como en la transfiguración de los muertos, en los himnos solares, el dios sol no era el único que actuaba. Todo lo contrario, jugaba un papel pasivo en muchas constelaciones: nace por la mañana, es saludado, adorado, abrazado y en la tarde, es recibido, de nuevo abrazado, llevado a lo largo del mundo subterráneo, y de nuevo adorado. Por la mañana, los papeles activos en esas constelaciones son realizados por la madre que lo lleva, la diosa del cielo Nut, por las nodrizas que lo alimentan, por sus adoradores celestiales, en particular los babuinos solares, que lo adoran, y otras deidades que son ocasionalmente incluidas; por la tarde, las funciones activas son su madre, que de nuevo lo envuelve en sus brazos , los chacales que lo remolcan a lo largo del mundo subterráneo, y los habitantes del mundo subterráneo, que lo adoran; al contrario todas estas acciones, incluso su nacimiento, se refieren a algún acto del dios, que es siempre expresado mediante verbos intransitivos: tú sales, te elevas, tú apareces tú brillas, te pones, te posas. Entre esas fases (desde el punto de vista del dios sol) pasivas-intransitivas, están las fases dominantes-activas de cruzar el cielo y atravesar el mundo subterráneo. Cruzar el cielo durante el viaje diurno lleva al dios sol a una constelación antagónica con el enemigo que personalizaba los poderes enemigos, “la gravedad del caos” (en cualquier caso, la personalidad del serpentino enemigo del sol era bastante limitada) contra el cual el orden de la creación tenía que ser de nuevo afirmado. Las deidades auxiliares que luchaban contra el enemigo entraban en esta constelación que apuntaba al triunfo, junto con el ámbito divino en general, en la constelación más comprensiva imaginable, todas las cuales se regocijan por el triunfo del sol sobre el dragón del caos.
El cielo se regocija, la tierra está feliz,
Los dioses y diosas están de fiesta
Y alaban a Ra-Harakhty
Cuando lo ven aparecer en su barca,
Después de destruir al enemigo con su ataque.
El viaje nocturno del sol en su “descensus ad inferos” llevó al dios sol a entrar en constelaciones con los habitantes del mundo subterráneo, los muertos transfigurados. Su luz, y en particular su discurso, los despierta del sueño de la muerte y les permite participar en el orden dador de vida que emanaba de su curso. Pero en esto, el dios mismo experimentaba la forma de existencia de los muertos transfigurados y establecía el ejemplo para que estos superaran la muerte. Porque en las profundidades de la noche y del mundo subterráneo –y esta era la más misteriosa constelación de todas- se unía con Osiris, el hijo con el padre fallecido, el “ba” con el cadáver, y de esta unión recibía la fuerza para un ciclo de vida nuevo. El principio subyacente a esas representaciones de fenómenos cósmicos puede ser descrito como la interpretación de procesos como acciones. El sentido de este método emerge de la analogía con textos mortuorios. Así como estos últimos transfiguran el paso a la otra vida del fallecido, así, estos textos transfiguran el curso del sol. Y como en en el caso de los fallecidos el dios sol es descrito como insertado en las constelaciones de una “esfera de pertenencia”, y la plenitud divina de su personalidad es desplegada en acciones que ocurren mediante él y a él en el marco de esas constelaciones los comentarios cosmográficos acerca de y los himnos acompañantes, los fenómenos cósmicos como un ciclo de eventos en el ámbito divino. Las cosmografías se expanden sobre el significado sagrado de esos eventos con información abundantemente detallada, mientras que los himnos las sumarizan en breves estrofas que casi siempre corresponden a las fases del curso del sol. Esta fragmentación del proceso cósmico continuo en las tres fases del día y en la cuarta fase de la noche ya parece que provee una forma y le da sentido al crudo material de la evidencia cósmica. Pero esto no es correcto. La división del curso del sol en fases era evidentemente un concepto muy antiguo y profundamente arraigado en Egipto, y de esta manera formó parte del material explotado por el discurso religioso de los himnos y cosmografías. Paro los Egipcios, el día estaba dividido en tres periodos, así como el año estaba dividido en tres estaciones. Durante esos tres periodos, el dios sol cambiaba su nombre y su forma. Como él mismo dice en un texto mágico, el era:
Khepri por la mañana
Ra al medio día
Atum por la tarde
En tanto que Khepri, era un escarabajo, como Ra, era un hombre con cabeza de falcón, y como Atum, era un hombre con cabeza de carnero; en esas tres formas era a la vez niño, adulto, y anciano. Estos son, bien entendidos, elementos de una interpretación teológica. Pero la división en fases pertenece claramente a la evidencia natural que la teología descubrió y procesó. La segmentación del ciclo de día y la noche en fases era en sí misma pre-teológica y constituía una parte de la realidad visible sobre la cual construir la explicación teológica, o sacramente.
El punto decisivo de esta interpretación, dándole a las fases un significado religioso, fue su dramatización como “eventos en el ámbito divino”, como complejos interactivos de acciones en el marco de las constelaciones divinas. Fue precisamente contra esta estructura de constelaciones que estuvo dirigido el contra-movimiento de Amarna, indicando sin lugar a dudas que el marco es decisivo aquí. Las constelaciones en las que el “drama” del curso del solo realizado eran puramente del ámbito divino.
Los humanos, la fama, la flora, la naturaleza visible, todo lo descrito en los relieves de las estaciones alabando al sol en las cámaras de los templos del sol, y sobre las cuales los himnos solares del contra-movimiento teológico persisten insistentemente, se apagan con esta forma de representación. Hasta los chacales y Babuinos pertenecen al otro mundo. No obstante, para los egipcios, esas representaciones de actividad con las que los himnos describen las fases del curso del sol estaban llenas de referencias a su propio mundo, las cosmografías están hechas en cualquier evento, de textos y pinturas. Lo que esos textos describen con imágenes verbales puede ser inmediatamente traducido al lenguaje pictórico del arte. Estoy tratando con una articulación conceptual de significado que puede encontrar expresión tanto en la palabra como en el dibujo. Se le puede llamar iconos, en tanto que concepciones pictóricas, ilustraciones artísticas de los procesos, acciones, y eventos divinos que encuentran expresión concreta tanto en textos como en pintura. Lo que la teología implícita del politeísmo tradicional Egipcio hizo del curso del sol fueron “iconos”: Ilustraciones arquetípicas de su significado redentor mediante los cuales la teología interpreta las fases del fenómeno cósmico.
Este proceso es el de transfiguración, aunque con dirección inversa. En los textos mortuorios, el fallecido al pasar al otro mundo es comparado con la puesta de sol.
El icono de la puesta de sol representa el proceso cósmico de manera tal que puede ser el arquetipo del destino de los muertos. Lo mismo es verdadero para el icono matutino, el cual simbolizaba la victoria sobre la muerte y la renovación de la vida, renacimiento de la matriz de la diosa del cielo. Conectados con esto están Isis y Nephthys, la mujer divina de luto, cuyos lamentos y transfiguraciones resucitan a los muertos en la constelación matutina del curso del sol.
Los iconos le dan al curso del sol una forma que hacen posible relacionarlo con el mundo de los humanos, porque estos traen a la luz un significado en el curso del sol que es común a ambos niveles, el cósmico y el del destino de los muertos; o sea, eventos en ambos niveles pueden ser explicados mediante estos. Hay un tercer nivel: la monarquía dominante en el icono del medio día. El dios sol atravesando el cielo es el arquetipo del gobierno real como triunfo sobre el mal, la victoria de la justicia y el orden, la parousia de Maat. Así como los iconos de la tarde y la mañana esbozan el arquetipo de un resultado exitoso para las esperanzas individuales de la inmortalidad, así, el icono del medio día como victoria sobre los enemigos establece y le da forma arquetípica a la sociedad y sus intereses en salud, vida, y bienestar.
Esta iconografía del curso del sol ha de ser vista como el despliegue de la esencia del dios sol en la dimensión del lenguaje, como la multitud de nombres y formas en las cosas pueden ser dichas, acerca de él y a él. En el contexto del tratamiento de la “teología implícita” egipcia, tenían la función de un ejemplo. Igual que el dios sol, todas las deidades importantes Egipcias desplegaban la plenitud de la esencia de su personalidad en constelaciones y acciones. El lenguaje representa el ámbito divino como un marco interactivo de constelaciones en cual “uno actúa y vive en el otro. La iconografía del curso del sol tenía –o adquirió en el curso de su desarrollo- más que un estatus paradigmático en el todo de la religión Egipcia vino a ser una especie de formulación del cosmos, la idea central en la imagen Egipcia del mundo. Los iconos en los que los tres niveles del cosmos, realeza, y creencias mortuorias encuentran formulaciones arquetípicas de contenido ideacional, y mediante los cuales esos niveles devienen explicables en los textos solares, reales, y mortuorios, formulan la coherencia de la realidad per se. Los iconos del curso del sol le dan coherencia a la realidad relacionando los tres niveles o dimensiones de significado en los cuales la realidad transpira de uno al otro, o sea, a los arquetipos comunes. Representan al cosmos como acción. La realidad es representativa, y cualquier cosa realizada en uno de sus niveles con respecto a los iconos arquetípicos –salida del sol, coronación, entierro- tiene una parte en la realidad de los eventos en el ámbito divino.
Cómo adquirieron los iconos este poder explicativo para representar una especie de modelo cósmico? Está conectado con el concepto Egipcio del tiempo. Al contrario que los Griegos, los Egipcios no hacían distinción entre “tiempo” y “eternidad”, o –lo que es lo mismo- entre “ser” y “devenir”. Para ellos, la dicotomía decisiva era más bien una “plenitud de tiempo” cósmica y “un periodo de tiempo”transitorio asignado a cada ser terrenal, o –lo que es lo mismo- la vida y la muerte. El curso del sol era al mismo tiempo el latido del pulso del mundo, que llenaba el cosmos con la fuerza vital mediante la derrota cíclica del enemigo y la muerte. La constelación le da la claridad de un icono era la de Ra y Osiris. En las profundidades de la noche, se unían como padre e hijo, como el día al atardecer y al amanecer, y como los dos aspectos de la plenitud del tiempo cósmico que los Egipcios distinguían como neheh y djet. El tiempo –o puesto con más precisión- la continuidad de la realidad tenía su origen en la unión cíclica de neheh y djet, “virtualidad” y “resultatividad”. Una vez que se dio el paso de explicar el curso del sol como la finalización o complementación de los dos aspectos “cambio” y “permanencia”, se obtuvo una formulación que lo englobaba todo. Porque lo que existe es –de acuerdo con una definición Egipcia- neheh y djet. Esta explicación puede ser muy antigua. Es sorprendente que los dos dioses sol los cuales en tanto que mañana y tarde , como formas del sol formaban con Ra la deidad trina encarnada en el curso del sol tienen nombres elocuentes que se refieren a los dos aspectos del tiempo de una manera que estaba clara y presente para los mismos Egipcios: Khepri significa “llegando o viniendo a ser Uno” y Atum “El uno completo”. Tangible son aquí los comienzos de un concepto que se desarrolló en una teoría comprensiva del tiempo hasta el punto cuando Osiris, el padre fallecido, fue añadido como la encarnación de djet.
Es característico de la imagen Egipcia del cosmos que incluso una idea tan abstracta como la unión de neheh y djet como garantía de la continuidad de la vida cósmica fuese articulada como una constelación, como la actividad de dos dioses, y fue incluso capaz de ser representada artísticamente. Esta actividad, también, estaba arquetípicamente relacionada a ideas acerca de la realeza y los muertos. La actividad era imaginada de dos maneras: como el abrazo mediante el cual el padre fallecido transmite el ka, la fuerza vital dinástica, a su hijo, y como la unión del ba y el cadáver. El abrazo del ka era el arquetipo de la legitimidad del rey, quien como “Horus aparece en los brazos de su padre Osiris”. La unidad de ba (Ra) y cadáver (Osiris) era el arquetipo de la inmortalidad individual. Esta analogía entre el destino de los muertos y el curso del sol es enfatizada explícitamente cuando el dios sol dice, en un libro cosmográfico.
Yo hago que el ba se pose en sus cadáveres,
Después que yo mismo me he posado, en mi cadáver.
En el culto, los humanos entran en la constelación y hacen el papel de deidades:
He cantado himno al sol,
Me he juntado con babuinos solares,
Soy uno de ellos.
He sido el segundo de Isis
Y realzado el efecto de su poder radiante (akhu).
El éxito político-social y el destino del individuo después de la muerte son explicados en referencia a la forma dada de sentido por los iconos del curso del sol. La dimensión verbal de presencia le da coherencia a la realidad, con el resultado que todo adquiere una parte en el significado sagrado que aquí devienen discurso. Los nombres sagrados e iconos hacen de este significado –la continuidad de la vida y la coherencia de la realidad- no sólo pensable y comunicable, sino también realizable, mediante el radiante poder de la palabra. Recitando esos iconos en sus realizaciones verbales como himnos, el sacerdote hace que “Maat (la personificación del significado en cuestión aquí) ascienda hacia el dios sol.
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