RECHAZANDO EL PASADO GUERRERO
REPUDIANDO EL PASADO GUERRERO
No es éste el hijo de José? Preguntaban los hombres en la sinagoga cuando Jesús proclamó su apariencia inaugural en la sinagoga de Nazaret, “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír (Luc. 4:21-22). Jesús, leyendo sus mentes, sabía que no estaban contentos con que hubiese curado en Cafarnaún a petición de un oficial trabajando para Roma. La respuesta de Jesús a este resentimiento no fue la de pedir perdón sino que afirmó su ofensa recordándoles que, siglos antes, Elías y Eliseo habían realizado milagros para una mujer fenicia y un hombre Sirio. Aunque esto era verdad el significado que sacaban de estos precedentes los enfureció tanto que trataron de despeñar a Jesús desde lo alto de un monte.
Durante las siguientes semanas, Jesús predicó en varias sinagogas de Galilea, realizó otros milagros, y atrajo un gran número de discípulos. También comenzó a atraer la atención y desaprobación de los Fariseos y sus escribas, los líderes y escolares de un movimiento religioso que enfatizaba el estricto decoro y la estricta observación de la ley Judía. Los fariseos y los escribas objetaban, por ejemplo, que
Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos; pero tus discípulos comen y beben…… (Luc. 5:33-35).
Jesús ha pasado la noche orando en las montañas. Al amanecer escogió a doce de ellos, a quienes dio el nombre de apóstoles. Y es Debido a la fama de Jesús como sanador que una gran muchedumbre se congregó a su alrededor de Judea, de Jerusalem y del litoral de Tiro y Sidón (Luc. 6:17-19). Mezclándose con esos sufrientes peregrinos están los discípulos locales de Jesús. Los doce “apóstoles”, o emisarios, recuerdan las doce tribus de Israel, dándole a su vocación personal un significado nacional.
En la sinagoga de Nazaret es la profecía de Isaías que Jesús dice estar cumpliendo:
El espíritu del Señor está sobre mí
Porque me ha ungido
Para traer buenas nuevas a los afligidos…
Las nuevas que tiene para ellos que puedan ser llamadas buenas o no, son un poco sorprendentes, porque son una repudiación virtual de los que en innumerables ocasiones previas Dios ha enseñado a su pueblo que espere de Él. Dirigiéndose a sus discípulos directamente pero rodeado de enfermos e inválidos, Jesús dice:
Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los que ahora padecéis hambre, porque seréis hartos…. (Luc.6:20-26)
En el Deuteronomio 27-28, hablando a través de Moisés, Dios notifica a Israel que si es obediente, sería bendecida, y si desobediente, maldecida. La naturaleza de esas bendiciones y maldiciones, sin embargo, no puede ser más distinta de la bendiciones y males en Lucas 6:20-26. Los Israelitas obedientes no iban a ser bendecidos en las dos etapas de las que habla Jesús. No tenían porque ser pobres, padecer hambre, llorar, ser odiados…. Al contrario, Dios les garantizaba prosperidad y hegemonía desde el principio.
Yahvé te colmará de dones y bendecirá el fruto de tus entrañas….(Deuteronomio 28:11-13)
Y para las maldiciones, Dios jura infligir sangrientos horrores sobre Israel, si transgredía la Ley, e hizo una lista de las transgresiones que tenía en mente:
Maldito quien reduzca los términos de su prójimo…
Maldito quien lleva al ciego fuera de su camino… (Deuteronomio 27:17-20).
Hablando por varios profetas, Dios ha denunciado el abuso de la riqueza, pero nunca ha denunciado a la riqueza misma. A través de Amos, por ejemplo, Dios dice:
Por tres pecados Israel y aun por cuatro no revocaré yo mi fallo, por haber vendido al justo por dinero, y al pobre por un par de sandalias…… (Amos 2:6-7)
Uno puede buscar en vano entre todas las expresiones de Dios una afirmación como “benditos los pobres” sin la promesa de que Dios los hará un día ricos, lo mismo para los hambrientos etc. Se puede objetar que Jesús no invierte los valores tradicionales; simplemente expande el ámbito en el cual Dios distribuirá bien y mal a todos de acuerdos con sus méritos. Pero aunque esto sea verdad, Jesús hace una revisión del significado de sus curas milagrosas. Los enfermos y perturbados se han reunido en tales números porque esperan una cura inmediata. La afirmación que Jesús hace de sí mismo es que, más que un sanador ordinario, él es el cumplimiento de la más grande promesa de Dios a su pueblo en lugar de un nuevo proponente de ésta. Todos estos sufrientes no vienen seguramente para que se les diga que su miseria es su bendición, que más tarde su recompensa será muy grande. Puede esta definición de bendiciones y maldiciones ser el verdadero cumplimiento de la promesa que el Señor hizo a través de Isaías?
Jesús, predicando francamente contra la promesa, no duda en decir que esto es lo que intenta. Sus palabras sirven para notificar que no ha venido para realizar milagros o exorcismos en masa. Con algunas excepciones simbólicas, aquellos afectados por la enfermedad o atormentados por los demonios no deben buscar una cura milagrosa, más bien deben abrazar sus aflicciones análogamente a la que los discípulos encontrarán por ser seguidores del Hijo del Hombre.
Lo que sigue confirma esto:
Pero yo os digo a vosotros que me escucháis: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen…. (Luc. 6:27-39)
En este sermón Jesús practica lo que practicará cuando sus enemigos vengan a por él, la no resistencia. “Poned la otra mejilla”, ha sido la firma de su enseñanza. La frase ha sido/es usada por millones de personas, algunos incluso no saben quién la dijo. La frase define a Jesús didácticamente, igual que la crucifixión le define dramáticamente. Ahora, la recepción popular de este sermón, a pesar de toda la fama que le ha conferido a Jesús, también ha oscurecido más profunda originalidad y más radical revisión de la tradición que heredó.
La discusión de su ética de no resistencia al mal se ha concentrado en la aplicación de esta ética en lugar de su premisa –o sea, que el ser humano debe hacer así porque Dios hace así. Pero realmente hace Dios así? Esta es una pregunta que la interpretación de esta cita no pregunta. Jesús asume una respuesta positiva a esta pregunta sin incluso preguntarlo, pero asumir esto conlleva una drástica revisión de la identidad divina. Cuando uno recuerda como Dios, de hecho, se ha conducido de cara a la oposición o el insulto de Sus antiguos enemigos, está claro que, aunque Jesús diga que Dios es el que siempre ha sido, está de hecho revelando un enorme cambio en Dios.
Dios, para repetir, es el modelo que Jesús quiere que creamos e imitemos, que amemos a nuestros enemigos, hagamos el bien a los que el mal nos hacen etc. “para que seamos hijos del más alto, porque Él mismo es bueno con los malos.” Cuando Jesús usa la gracia, no dice “sed compasivos porque la compasión es mejor que la venganza”. Lo que dice es “Sed compasivos como vuestro Padre lo es.” Pero, cuán compasivo ha mostrado ser el Padre a lo largo de Su carrera? Cuan generoso ha sido el Más Alto, típicamente, cuando ha confrontado a Sus enemigos?
Una de las más tempranas caracterizaciones que Dios hace de Sí mismo está en Éxodo 34:5-7:
Mientras pasaba Yahvé delante de él, exclamó: “Yahvé, Yahvé! Dios misericordioso y clemente, tardo a la ira, rico en misericordia y fiel, que mantiene su gracia por mil generaciones y perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, pero no los deja impunes, y castiga la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercer ay cuarta generación.”
Incluso aquí, está claro que para Él, el perdón, sin lugar a dudas, no excluye el castigo. De todas formas, no es principalmente lo que Dios dice, sino lo que hace, lo que le hace parecer un ser otro a aquel cuya benignidad y neutralidad Jesús invoca. Las acciones del Señor hablan mucho más alto que Sus palabras. Entre el Éxodo Israelita del faraón de Egipto y su entrada en Canán, el Señor ejecutó al menos treinta mil de ellos (Éxodo 32; Números 16; Números 21; Números 25). En ningún momento durante la travesía del desierto parece el Señor disminuir Su furia. En un momento, incluso, llegó a pensar den matar a todos los Israelitas en el desierto y comenzar una nueva nación con Moisés (Num. 14:12). Moisés le hace sentirse avergonzado advirtiéndole que arruinará Su reputación y citándole en Su cara el lenguaje de Éxodo 34:6.
Aunque Habacuc 3:5-6, 9-16 es una evocación vívida del divino guerrero en acción, el Señor ofrece esencialmente caracterizaciones idénticas en docena de discursos a otros profetas. E Israel no falla en tomar buena cuenta de este punto sino que aprende a orar al Señor en tanto que el temible guerrero que Él afirmaba ser.
Bendito sea todos los días el Señor;/Él lleva nuestra carga,/es el Dios de nuestra salvación.
Dios es Dios nuestro para salvar,/ y a Yahvé nuestro Señor, pertenecen las salidas de la muerte:
Pues Dios rompe la cabeza a sus enemigos,/y el cráneo cabelludo al que persiste en su maldad.
Dijo el Señor: “Haré volver de (las montañas) Basán,/yo haré volver de las profundidades del mar, para que puedas lavar tus pies en la sangre/y que la lengua de tus perros tenga parte en los enemigos”.
Si lo que dice Jesús es correcto, entonces tales oraciones no pueden ser ofrecidas. El Señor no puede ser más alabado por romper la cabeza de Sus enemigos, pues ya no es un dios rompe cabezas. Aunque no se niega que el Señor ha sido un rompe cabezas. Luego ha de haber cambiado, pero que es lo que cuenta para este cambio?
Una posible respuesta es que no habrá respuesta porque el Señor quiere que no haya ninguna. Aunque insistió, cuando habló a Moisés, en la claridad y transparencia de sus palabras e intenciones (Deut. 30:11-12). Dios ha crecido más remoto y más misterioso con los siglos. Durante el cautiverio en Babilonia, decía por primera vez cosas como: “Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros, y por encima de los vuestros mis pensamientos.” (Isaías 55:9). Muy a menudo, Jesús habla de la misma manera. Y si el Dios encarnado se hará más comprensible o no, Dios nunca ha reconocido tener ninguna obligación en lo que a esto respecta. Si Jesús es Dios encarnado, podemos suponer que pueda anunciarnos un cambio profundo en Dios –que es lo mismo que decir, en sí mismo- sin necesidad de llamar el cambio por su nombre y sin preocuparse en explicarlo. El Señor de Toda la Tierra hace como quiere.
No hay error en que Jesús intenta afirmar la autoridad de Dios para lo que dice, y a su propia manera desea explicarse a sí mismo. Si Jesús fuera meramente un profeta hablando por autorización Divina, se esperaría leer: “Y la palabra del Señor vino a Jesús; así dice el Señor…..” Pero tanto Mateo como Lucas muestran como Jesús caracteriza a Dios con la autoridad de nadie sino la suya propia derivando de ahí una nueva moralidad para dicha caracterización. La muchedumbre estaba aturdida, pues les enseñaba con autoridad y no como los escribas (Mateo 7:28).
Jesús enfatiza que su autoridad es suya propia mediante la repetición de la frase “Pero yo os digo”. Dice, por ejemplo:
Habéis oído que fue dicho a los antiguos: ….. (Mat. 5:43-45).
En Levítico 19:18, parte del cual Jesús cita en el pasaje precedente, Dios no dice “odiarás a tu enemigo”, pero tampoco dice “no odiarás a tu enemigo”. Lo que dice, citando el versículo “no te vengues ni guardes rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahvé.” El contexto es clarificador. Contradiciendo directamente lo que Jesús implica acerca de el, el Señor lo más seguro es que tomará sobre y tendrá rencor contra sus enemigos, sus enemigos son en todos los casos los enemigos de Israel. ; y Él mismo esperaba un comportamiento similar y varias veces ordenó a Israel hacer lo mismo, imponiendo obligaciones sobre estos que eran consistentes con su carácter vengativo e iracundo.
Este punto puede ser ilustrado por la historia del largo enfado y ruda venganza del Señor sobre Amalec. Cuando Moisés llevaba a los Israelitas de Egipto a Canaan, Amalec fue una de las varias naciones que atacó a Israel, después que el ataque fue rechazado, el Señor juró a Moisés: “Pon eso por escrito para recuerdo, y di a Josué que yo borraré a Amalec de debajo del cielo.” (Ex. 17:14). Moisés construyó un altar para dar testimonio del juramento, diciendo: “Estará Yahvé en guerra contra Amalec de generación en generación”. Lo que el Señor juró y prometió a Moisés fue que exterminaría a los Amalecitas, no importa cuanto tiempo pasara. Durante los dos siglos siguientes, mucho más que las cuatro generaciones del Ex. 34, los Amalecitas e Israel estuvieron, como fue profetizado, en guerra pero Israel creció más fuerte. Finalmente, el Señor decidió cumplir su antigua promesa al pié de la letra. Nombró a Saúl rey: “Tengo presente lo que hizo Amalec contra Israel cuando le cerró el camino a su salida de Egipto. Ve, pues, ahora, y castiga a Amalec, y da al anatema cuanto es suyo. No perdones; mata a hombres, mujeres y niños, aun los de pecho; bueyes y ovejas, camellos y asnos.” (Is.15:2-3). Saúl llevó a cabo la orden sin hesitar, pero salvó –para una posterior ejecución demostrativa y sacrificio ritual en el santuario Israelita de Gilgal—a Agag, rey de Amalec, y el ganado de la tribu destruida. El Señor, sin embargo, se indignó en gran manera y le quitó, por ello, el trono a Saúl, dejando a Samuel para que completase el genocidio. El Señor quería que Su venganza fuese ejecutada al pié de la letra:
Dijo Samuel:”Traedme a Agag, rey de Amalec.” Y Agag se fue a él plácidamente, pues se decía: “Ciertamente ya ha pasado la amargura de la muerte.” Samuel repuso: “Así como a tantas madres privó tu espada de hijos, así será entre las mujeres tu madre privada de su hijo.” Y degolló a Agag ante Yahvé, en Gilgal. (ISamuel 32-33).
El punto es que cuando el Señor dijo, por boca de Moisés, “ama a tus vecinos como a ti mismo”, no estaba diciendo nada que Moisés o él consideraran incompatible con la primera promesa “Borraré la memoria de Amalec bajo los cielos”. La historia de Amalec desde el primer ataque hasta la última derrota puede ser leída coherentemente como una glosa del Levítico 19:18, demostrando, entre otras cosas, que el grupo de referencia para la palabra “vecino” en este versículo es solamente Israel. En Levítico 19:34 se extiende graciosamente el círculo para incluir extranjeros pacíficamente residiendo en Israel, pero los enemigos son otro tema.
Hay un episodio que es muy esclarecedor en 1 Reyes 20. El Señor ha prometido a Ahab, el rey de Israel, la victoria sobre Ben-Hadad, el rey de Aram. Sucede como prometido, pero los consejeros de Ben-Hadad, le avisan: “Nosotros hemos oído que los reyes de la casa de Israel son reyes misericordiosos; vamos a vestirnos saco sobre nuestros lomos y a ponernos sogas al cuello, y a ir así al rey de Israel, a ver si te deja la vida” (1 Reyes 20:31). Ahab se mostró compasivo, realizando un generoso acuerdo de paz y perdonando la vida a Ben-Hadad. El Señor, no obstante, está furioso por esta conducta. “Por haber dejado ir de tus manos al que yo había dado al anatema, tu vida responderá por la suya, y tu pueblo de su pueblo” (1 Reyes 20:42).
En los libros de Samuel y Reyes, no menos que en los Evangelios, Dios es el modelo. Y parece que se sigue de esto el que Jesús capture el espíritu del antiguo mandamiento con suficiente exactitud, cuando dice: “Oísteis que fue dicho: amaras a tu vecino y odiarás a tu enemigo”.
Con lo que Jesús substituirá esta conducta, la cual es en su raíz ni más ni menos que la discriminación espontánea que cualquier niño aprende a hacer entre amigos y enemigos, es una no espontánea y antinatural negación a discriminar. Sus seguidores son invitados a tratar a todo el mundo igual, tomando al sol como su modelo, el cual Dios hace que salga y brille sin discriminación “tanto sobre los malos como sobre los buenos”. Si esta noble negación a discriminar sería problemática en cualquier sitio del mundo, lo será el doble en Israel, porque Israel vino a la existencia en tanto que nación por un acto de discriminación por parte de Dios. Lo que Moisés tenía como pináculo de la Divina Grandeza no podía estar más lejos de la indiferente luz del sol:
“Qué pueblo ha oído la voz de su Dios hablándole en medio del fuego, como la has oído tú, quedando con vida?”…..(Deut. 4:33-34; 37-38).
La Alianza de Dios con Israel es un acto de discriminación, Él nunca iguala a Israel con otras naciones excepto cuando está furioso.
Raramente, como con Amós, puede mostrar Su furia:
“No sois para mí como hijos de etíopes? No hice yo subir a Israel de la tierra de Egipto, y a los filisteos de Caftor, y a los arameos de Quir? He aquí que los ojos del Señor, Yahvé, están puestos sobre el reino pecador, y los exterminará de la faz de la tierra. Pero no destruiré del todo la casa de Jacob, oráculo de Yahvé” (Amos 9:7-8).
Cuando habla de esta manera, el Señor agresivamente e insultantemente seculariza lo que Moisés ha declarado sagrado. Normaliza lo que Moisés ha declarado excepcional. Sacó Dios a Israel fuera de Egipto? Sí, pero y qué? Dios siempre está sacando fuera de algún lugar a alguien, o no? Son los Israelitas tan vanos como para pensar que son Su pueblo elegido por una mera transferencia de lugar?
Dios no puede presentarse como neutral en su forma ideal. En innumerable otras ocasiones, presume de sí mismo de no ser de ninguna manera neutral, sino al contrario, abiertamente y apasionadamente discriminatorio. Y en tanto que Dios encarnado, Jesús seguro que recuerda lo que una vez le dijo a los Amalecitas. Pero qué es lo que le ha llevado a olvidar esa actitud y adoptar otras tan diferentes? La raíz de ese cambio es algo más radical que una intensa dedicación a la Gracia, la paciencia y disponibilidad de Su amor. No, Jesús exhorta a sus oyentes a una profunda indiferencia contra intuitiva, cueste lo que cueste hacia las más básicas humanas diferencias, la diferencia entre amistad y hostilidad. Lo que hace que este ideal sea inherentemente y masivamente perturbador para Dios y no menos para Israel es el hecho de que en los tiempos en que Jesús predicaba esto, tenía tras de sí dos mil años de basados en el reconocimiento y exaltación de una diferencia sobre todas las demás –o sea, la diferencia entre Israel, el pueblo con quien Él ha establecido su alianza, y todos los demás pueblos. Israel lo era todo para el Señor. Desde los tiempos en que estrechó su foco de la humanidad en general (“Creced y multiplicaos”) hacia Abraham (“Tu descendencia será tan numerosa como las estrellas del cielo”), cada palabra, cada acción, ha girado alrededor de su pueblo elegido. Qué era lo que le inducía a hacer nada de una distinción sobre la cual Él había basado una dedicación tan personal?
La respuesta es, en dos palabras, coacción extrema. En la crisis más grande de su vida, Dios hace de la virtud heroica una necesidad. Para aprecia lo que enfrenta y como responde a ello, hay que considerar primero como se condujo a sí mismo durante unos tiempos similares –o sea, los tiempos de la destrucción de Jerusalem por los Babilonios y el cautiverio de su pueblo a la infame Babilonia. Fue este un evento que podría haber dejado a Israel sin un dios, y a Dios sin un pueblo. La alianza entre ellos se estableció con la victoria de Dios sobre el Faraón, la cual fue predicada sobre la garantía de Dios de que ningún otro rey o dios-rey haría lo que el Faraón había hecho: subyugar a Israel. Por derecho, una vez que los Babilonios hicieron esto, la alianza debería haberse roto.
Pero no se rompió, porque Dios había hecho Su protección condicional. Estaba garantizada sólo si Israel “oía los mandamientos del Señor tu Dios”, y los mantenía poniéndolos en práctica, “sin desviarse ni a la derecha ni a la izquierda de ninguno de los mandamientos que te “impongo” hoy”, siguiendo a otros dioses y sirviéndoles.” (Deut. 28:13-14). Si Israel era culpable de desviación, entonces el Señor se levantará contra tí desde los confines de la tierra….. (Deut. 28:49-50; 56-57).
La cautividad en Babilonia fue una calamidad, para la cual se había hecho ya una provisión teórica; aunque parecía algo nuevo, sin precedentes, terrible cuando finalmente tuvo lugar, no para el Señor, sino para Israel. Hablándole al profeta Habacuc, Dios dijo en admiración a Su propio empleo de los enemigos de Israel:
Mirad a las gentes, contemplad, quedad estupefactos, atónitos: voy a hacer Yo una obra en vuestros días que no creeríais si se os contara. Pues he aquí que yo suscito a los caldeos, pueblo acerbo y fogoso, que recorre las anchuras de la tierra, para apoderarse de moradas ajenas. Espantoso es y terrible… (Habacuc 1:5-6).
Después en este breve pero elocuentemente caústico libro de profecía, el Señor envía a Habacuc una segunda visión, en la cual, el guerrero divino marcha de vuelta a Canaan para tomar venganza sobre los Caldeos. El Señor intenta establecer más allá de la sombra de ninguna duda que ambos fines de esta transación –la humillación de Israle y su posterior vindicación- eran Su obra, nadie más. Pero al llevar este significado hasta su fin, había de enfrentarse a Sí mismo.
Había realizado Su meta? No necesariamente, o completamente, o permanentemente. Después de todo, un dios que castiga puede premiar después. Un dios que está en control del orden mundial, cualquiera que este sea, puede un día mejorarlo. Si esto es consuelo, no deja de ser un frío consuelo; y había algunos en el antiguo Israel que no estaban dispuestos a esperar indefinidamente. Decir esto es decir que la segunda mitad de la promesa del castigo y rehabilitación de Dios nunca fue cumplido. Jamás dio la bendición que decía seguiría al castigo. Es cierto que algunos de los exiliados Babilonios retornaron a Israel, pero otros muchos no. Sí, una soberanía nacional muy limitada fue establecida, pero ni siquiera incluía la Judea tradicional, mucho menos Israel. Un muy modesto Templo fue construido, pero aquel gigante divino nunca vino sacudiendo las montañas del sur, haciendo temblar la tierra y aterrorizando al cielo, como había dicho vendría. A pesar de un interludio de relativa independencia, Israel parecía estar sobre un camino que llevaba cuesta abajo hacia la subyugación permanente, empeorando, según el deseo de sus gobernantes, hacia una opresión brutal.
El coste psicológico de estado de cosas, se puede apreciar con tristeza y profundo dolor en el Salmo 44:
Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos,
nos lo contaron nuestros padres,
la obra que tú hiciste en sus días,
en los días antiguos, y con tu propia mano.
…….
Y con todo, nos has rechazado y confundido,… (Salmo 44).
El remanente que estableció una vida nacional en Israel era un remanente genuinamente fiel. Las circunstancias había reducido toda plausibilidad para la interpretación de una opresión extranjera continua en tanto que castigo divino. Si la congregación que cantó las punzantes palabras del Salmo 44 sabía esto, entonces Dios no lo sabía también? Y a medida que lo oía, no se acordaba de su promesa rota, hecha a través de tantos y distintos profetas, de que restauraría Israel a su anterior gloria?
Como no? Pero si imaginamos que Dios no era, como el Salmo 44 imagina, durmiente sino simplemente demasiado débil o que por cualquier otra misteriosa razón ya no estaba dispuesto a imponer Su voluntad en la historia, entonces tenemos a la mano un motivo para el sermón revolucionario de Jesús. El prospecto que Dios enfrenta es que si, por un lado, no puede derrotar a los enemigos de Israel y, por el otro, no pueden afirmar que cuando están oprimiendo a Israel estén haciendo su deseo, entonces debe admitir la derrota. Debe admitirla debido a Su fallo, no el de Israel, la alianza entre El y su pueblo ha finalizado definitivamente. Su fallo será el más ignominioso debido a Sus muchos alardes de que los enemigos de Israel eran como perros. Si estos alardes son ahora expuestos como vanos, entonces Dios puede, al menos, ser honrado por Sus pasados servicios. No puede ser más respetado por Su presente poder.
Pero Dios tiene una alternativa para llevar Su carrera en la historia hacia un ignominioso fin. En lugar de simplemente declarar que es incapaz de derrotar a Sus enemigos, Dios declara que no tiene enemigos, que ahora se niega a reconocer ninguna distinción entre amigo y enemigo. Anuncia que ahora ama a todo el mundo indiscriminadamente, igual que el sol da su luz para todos. Que sus criaturas extiendan los unos a los otros la misma infinita tolerancia hacia el mal que Él extenderá, individualmente y colectivamente, a todos ellos.
Los gentiles pueden imaginar que su propia bondad, su propio atractivo, era suficiente motivo para la decisión de Dios de llevarlos a la alianza que una vez había reservado para los Judíos. Pero si nos acercamos a este cambio de la parte de Dios, tomando seriamente una Biblia que su alianza con Israel como lo más importante para Él, entonces habría que buscar las razones para esa eventual expansión de la alianza en el turbio estado de su relación dentro de esta. La alianza había de ser cambiada porque Dios no podía mantener los términos y porque, en la víspera de una nueva catástrofe para Israel, él había elegido dejar de pretender que podía.
Se puede sacar la objeción –es más, ha de ser expuesta- que una cosa es para Dios, salvo en el cielo, resolver Su dilemaa declarando que sus enemigos terrestres son ahora amigos, y otra muy distinta para los humanos, sufriendo los peligros en la tierra, ser requeridos a hacer lo mismo. Por muy sabio que pueda ser para Dios excusarse a sí mismo de la tarea de derrotar a Sus enemigos declarando que no tiene ninguno, no deja de ser, ésta, sabiduría barata, pues se ha de insistir, que a Dios no el cuesta –importa- nada imponer insoportables cargas a sus criaturas.
Esta objeción está más allá de cualquier refutación lógica. El rechazo radical de la diferencia humana, incluyendo la diferencia entre amigo y enemigo, es un rechazo barato de la parte de Dios –al menos hasta que Dios se haga como un ser humano y sufra las consecuencias de su propia confesión.
Pero en esta historia Dios se convierte en hombre y ahora se puede comenzar a ver por qué lo hizo. Ha hecho virtud de la necesidad, sí, pero la virtud es virtud real. El ideal heroico del amor universal.
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