JUAN, EVANGELIO
JUAN
Juan 8:56-58. Es demasiado tarde, en la historia de Occidente para que nos engañemos por devoción o autoengaño acerca de cómo los cristianos se apropiaron de la Biblia Hebrea. Lo que la tradición Cristiana hizo fue tomar las Escrituras Judías como propias.
Antes que Abraham fuera, yo soy. El ego que Jesús menciona como Revelador es el “yo” del Logos eterno, que existía en un principio, el “yo” del propio Dios eterno. Lo que los judíos no pueden comprender es que el ego de la eternidad va a oírse en una persona histórica, que aun no tiene cincuenta años, que como hombre es uno de sus iguales y cuyos padres ellos conocían. No pueden entenderlo porque la idea de la “pre-existencia” del Revelador sólo puede comprenderse por la fe.
Pero el rabino D. Kimhi, escribió hace cerca de ochocientos años:
“diles que la Divinidad no puede haber padre e hijo, pues la Divinidad es indivisible y es una en todos los aspectos de la unidad, contrariamente a la materia, que es divisible.
Diles también que un padre precede a un hijo en el tiempo, y que un hijo es engendrado por la intervención de un padre. Y aun cuando los términos padre e hijo impliquen cada uno la existencia del otro…. El que es llamado padre debe sin duda ser anterior en el tiempo. Por tanto, en referencia a ese Dios a quien llamas Padre, Hijo y Espíritu Santo, esa parte que denominas Padre ha de ser anterior a la que llamas Hijo, pues i siempre hubieran sido coexistentes, tendrían que haberse llamado hermanos gemelos.”
El consenso erudito mantiene que Juan fue escrito a finales del siglo I, después, por tanto, de los Evangelios Sinópticos. Sin duda, un siglo es tiempo suficiente para que las esperanzas apocalípticas se hayan enfriado, y para que se haya desarrollado en su lugar una aguda sensación de “tardanza”. El Jesús de Juan esta un poco obsesionado con su propia gloria, y sobre todo con que esa gloria debería ocurrir en un contexto judío. Al igual que el Jesús del gnosticismo, el de Juan es muy propenso a decir “Yo soy”, y hay toques gnósticos en su evangelio. Quizá, como dicen algunos estudiosos, exista un evangelio anterior, más gnóstico, oculto dentro del de Juan.
El tono tan desagradable que el Evangelio de Juan utiliza al referirse a los fariseos revela, en el fondo, una ansiedad en relación con la autoridad espiritual de aquellos, y puede que se vea aumentada por los matices gnósticos de Juan. Incluso el lector Judío menos identificado con la historia judía se siente amenazado por Juan 18:28-19:16. La imagen de Juan parece ser la de un pequeño grupo que encuentra un origen análogo, que ellos reivindican, en el grupo que se congrego en torno a Jesús dos generaciones antes. Según la opinión general de los estudiosos, el final “original” del Evangelio de Juan era la parábola de Tomas cuando duda, una metáfora evidente para una secta o grupo que sufre una crisis de fe.
Dentro de esa ansiedad de esperanzas frustradas, quizá incluso después de haber sido expulsados recientemente del mundo judío, es donde la lucha de Juan con Moisés encuentra su contexto. Juan, y Pablo antes que el, se enfrentan a un imposible precursor y rival, y su aparente victoria es mera ilusión. La dignidad estética de la Biblia hebrea, y la del Yahvista en particular, que es el misterioso original del que parte aquella, es algo con lo que el Nuevo Testamento no puede competir como logro literario, y tampoco los únicos textos gnósticos que han sobrevivido y poseen valor estético: unos cuantos fragmentos de Valentín y el Evangelio de la Verdad, que quizá escribió Valentín.
Creo que en todos los comentarios sobre Pablo no hay nada tan mordaz como los que hizo Nietzsche en El anticristo, en 1888:
“en Pablo cobra cuerpo el tipo antitético del “buen mensajero”, el genio en el odio, en la visión del odio, en la implacable lógica del odio….. Su necesidad era el poder; con Pablo, una vez mas quiso el sacerdote alcanzar el poder, --el solo podía utilizar conceptos, doctrinas, símbolos con los que se tiraniza a las masas, con los que se forman rebaños…”
Naturalmente, Nietzsche es un extremo, pero se le puede refutar? Pablo es un lector de la Biblia hebrea tan descuidado, apresurado y despistado que rara vez entiende bien ningún texto; y en una persona con tanto talento, una mala interpretación tan floja solo puede proceder de la dialéctica de la atracción por el poder, de una voluntad de poder hacia un texto, aun cuando ese texto sea tan formidable como la Torá.
De las interpretaciones que Pablo hace de la Torá, muchas son auténticos disparates. En Corintios 3:12-13, dice:
“Teniendo, pues, esta esperanza, hablamos con toda valentía, y no como Moisés, que se ponía un velo sobre su rostro para impedir que los israelitas vieran el fin de lo que era pasajero.”
Esto no hay quien lo salve, aun cuando seamos tan amables como para considerarlo una parodia del texto hebreo. Es curioso, Pablo hace de la Ley una lectura Freudiana. Pablo se identifica con la Ley con el instinto humano que Freud llamo “Tanatos”. Es de suponer que la manera peculiar con que Pablo confunde la Ley y la muerte le impide ver a Jesús como alguien que da cumplimiento trascendente a Moisés. Por el contrario, Pablo se compara a Moisés, aunque no salga muy bien librado. Dice en la Epístola a los Romanos 9:3:
“Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne.”
Puede parecer orgullo judío, este arrebato de Pablo, orgullo del cual, Pablo, poseía una buena dosis; pero la alusión mosaica cambia su naturaleza. Todos los exegetas señalan el Éxodo 32:22 como texto precursor. Moisés se ofrece a Yahvé como chivo expiatorio de su pueblo tras la orgía del Becerro de oro: “con todo, si te dignas perdonar su pecado…., y si no bórrame del libro que has escrito. La fuerza alusiva de la oferta de Pablo, se vuelva tanto contra sus contemporáneos judíos como contra Moisés. Incluso los fariseos (hacia quien Pablo, contrariamente a Juan, mantiene su estima) son adoradores del becerro de oro de la muerte, pues la Ley es la muerte. Y todo lo que Moisés ofrecía era la perdida de su propia grandeza profética, su lugar en la historia de la salvación. Pero Pablo, fruto de su supuesto amor por sus semejantes judíos, ofrece perder mas que Moisés, pues insiste en que tiene más que perder. Estar separado de Cristo es morir eternamente, un sacrifico mayor que la oferta mosaica de ser alguien que nunca ha vivido. Esto es lo que yo denominaría el demoníaco contra-sublime de la hipérbole, y su fuerza represiva es enorme y muy reveladora.
De regreso a Juan, cuya guerra revisionista contra Moisés es más sutil. La alusión de Juan comienza cuando Juan el Bautista salmodia una típica inversión juanesca, en la que el que ha llegado tarde tiene realmente prioridad (Juan da testimonio de el y clama: “Este era el que yo dije: El que viene detrás de mi/se ha puesto delante de mi,/ porque existía antes que yo”), a lo que el autor del cuarto evangelio añade: “porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.” (Juan 1:15, 17). Mas adelante, el primer capitulo proclama: “Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado.” (1:45). El tercer capitulo invierte osadamente el dicho mosaico de una manera que sigue incomodando a cualquier lector judío: “Nadie ha subido al cielo/sino el que bajo del cielo,/ el Hijo del Hombre./ y como Moisés levanto la serpiente en el desierto,/así, tiene que ser levantado el Hijo del hombre.” El indudable genio revisionista de Juan resulta aquí realmente impresionante, tanto desde un punto de vista técnico como retórico. A Moisés nunca se le hizo ninguna revelación celestial, Jesús en la cruz será el complemento antitético del momento en que Moisés levanta la descarada serpiente en el desierto. Moisés era solo una parte, pero Jesús es la totalidad que da cumplimiento.
La frase, “Antes de que Abraham existiera,/Yo soy,” depende en gran medida de su contextualización, pues Juan destruye el orgullo que sienten los judíos por descender de Abraham. La secuencia, que ocupa casi todo el octavo capitulo, comienza con Jesús sentado en el Templo, rodeado por unos fariseos y judíos que están en proceso de creer en el. A aquellos que ya ha comenzado a convencer, Jesús les dice ahora algo que sin duda les hará dar media vuelta:
“Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en el: “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Ellos le respondieron: “Nosotros somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. Como dices tu: Os haréis libres?” (Juan 8:31-33)
Desde el punto de vista teórico, parece bastante flojo que Jesús se ponga agresivo, insinuando incuso que quieren asesinarle (Juan 8:37-38).
Tal como el Jesús de Juan va a tener la gentileza de decirles, el padre de los judíos es el demonio. A sus interlocutores no se les puede culpar porque digan: “Nuestro padre es Abraham”, ni que asuman que su acusador tiene un demonio. Que maravillosa es una disciplina como la erudición, y replico que, si se lee desapasionadamente el texto, el primero que pasa al insulto y la calumnia es el Jesús de Juan. Jesús ha prometido que sus fieles “nunca verán la muerte”, y los atónitos hijos de Abraham (o son hijos del diablo?) objetan:
Abraham murió, y también los profetas; y tú dices:
“si alguno guarda mi Palabra, no probara la muerte jamás” Eres tu acaso mas grande que nuestro padre Abraham, que murió? Juan 8:52-53
La respuesta de Jesús es llamarlos mentirosos, de nuevo, sin duda de manera bastante gratuita, y luego atraparlos en la trampa mas sutil de Juan, que cierra el circulo y me lleva de nuevo al principio.
“Vuestro padre Abraham se regocijo pensando en ver mi día; lo vio y se alegro. Entonces los judíos le dijeron: aun no tienes cincuenta años y ya has visto a Abraham? Jesús les respondió: en verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera yo soy Juan 8:56-58.
Cuando el Jesús de Juan dice: “antes de que Abraham existiera,/yo soy,” a quien alude en ultima instancia no es a Abraham, sino a Moisés, y a la declaración que Yahve le hizo a Moisés: “Yo soy el que soy”. La metáfora salta por encima de Abraham al decir también: “Antes que Moisés existiera/yo soy, y, en definitiva, insinuando: “Yo soy el que soy”, pues yo soy uno con mi padre Yahvé. La ambivalencia y la intensidad agnóstica del cuarto Evangelio alcanzan su apoteosis con esta sublime “introyección de Yahvé, que es a la vez una proyección o repudio de Abraham y Moisés.
Pero para el oyente tardío del Cuarto Evangelio, al igual que para nuestros yo tardíos, “Yo soy el que soy”, era y es una especie de mysterium tremendum, por utilizar el lenguaje de Rudolf Otto en su gran libro “La idea de lo Santo.” Juan pretendía trascender ese misterio con la formulación “Antes de que Abraham existiera,/Yo soy”. Antes que el texto del Éxodo estaba el texto que Juan estaba escribiendo, en el que los judíos iban a ser arrastrados al universo de la muerte, mientras que Jesús llevaría a Juan al universo de la vida.
Ningún autentico critico literario puede considerar a Juan como algo mas que un muy defectuoso revisionista de Yahvé, y a Pablo como algo menos que eso, a pesar de su peculiar pathos de su proteica personalidad. Bueno, todos estamos atrapados en la historia, y el triunfo histórico del Cristianismo es un hecho. Pero me gustaría rechazar los estilos interpretativos idealizados que ese triunfo ha suscitado. Ningún texto, sea religioso o laico, da cumplimiento a otro texto, y todo el que diga lo contrario simplemente homogeneiza la literatura. En cuanto a la relevancia de la cuestión estética con respecto al tema del conflicto entre los textos sagrados, que otra cosa, en definitiva, puede ser relevante para un lector poderoso que no este dominado por convicciones ni creencias extraliterarias?
Puede leerse el NT como un libro menos polémico y destructivamente revisionista con respecto a la Biblia hebrea de lo que es en realidad? Yo no soy capaz, desde luego. Pero no nos precipitemos a la hora de rechazar una lectura inspirada por la antitesis y las estrategias revisionistas concebidas por esos recién llegados que lo que buscaban era la fuerza, y que para obtenerla estaban dispuestos a sacrificar la verdad al tiempo que proclamaban la encarnación de la verdad mas allá de la muerte. Nietzsche no es el sabio favorito entre los estudiosos contemporáneos del NT, pero quizá posea algo vital que enseñarles.
Sin duda hay ventajas políticas y sociales en las idealizaciones del “dialogo”, pero nada más. No contribuyen en nada a la vida del espíritu ni a la del intelecto mentirse el uno al otro o a si mismo a fin de que aumente el afecto o la cooperación entre judíos y cristianos. Pablo se muestra tremendamente ambiguo sobre casi todos los temas, pero en mi lectura no es ningún judío antisemita; aunque la deformación que hace de la Torá es absoluta. Juan es evidentemente un judío antisemita, y el Cuarto Evangelio es en la práctica peligrosísimo como texto antijudio. No obstante, para el cristianismo es teológica y emocionalmente crucial. Le concedo la última palabra al sabio llamado Radak en la tradición judía, el mismo David Kimhi al que cite anteriormente. Cita como texto-prueba a Ezequiel 16:53: “Yo las restablecere. Restablecere a Sodoma y a sus hijas”. Y a continuación Radak comenta, rechazando con justicia, desde su perspectiva, a todos los cristianos como simples herejes del judaísmo: “Este versículo es una respuesta a los herejes cristianos que afirman que los futuros consuelos ya se han alcanzado. Sodoma sigue estando derribada, y nadie ha ocupado su solar.
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