miércoles, 21 de enero de 2009

CRISTIANISMO, JESÚS Y CRISTO

JESUS Y CRISTO
JESÚS Y CRISTO
Se consideraba a sí mismo Jesús el Cristo, es decir, “el ungido” o Mesías davídico? Juan no deja de hablar del asunto, pero hay que desconfiar de él, en parte a causa de su sonsonete antijudio, que podría ser la preuba de que la comunidad judaica había expulsado a los de su grupo. En los Evangelios Sinópticos, Jesús se muesgtra esquivo o hermético en relación con su identidad, como es de esperar, en parte por lo peligroso de su situación, pero también, claramente, por una considerable ambivalencia a la hora de reconocer su identidad. No existe ninguna razón para dudar de que él y sus seguidores conocieran su ascendencia davídica, y la ejecución de Juan Bautista fue un presagio, aunque sólo fuera porque él y Jesús eran parientes, según algunas fuentes, por no hablar del papel de mentor ejercido por Juan el Bautista.
Cómo se habría llamado a sí mismo Jesús, aparte de los usos bastante ambiguos de “Hijo de Dios” e “Hijo del Hombre”, ambos metafóricos? Jesús, contrariamente a Mahoma, no se consideró el sello de los profetas, y prefirió aplazar cualquier precisa definición de su llamada, aunque siempre expresó la certeza de que era Yahvé quien le había llamado. No está claro que profetice la catástrofe, aunque los eruditos tienden a compartir esa opinión.
Cuando Jesús se llama Hijo de Dios, no parece que invite a tomárselo al pie de la letra. Probablemente habría considerado que José de Egipto y David, ambos favoritos de Yahvé, también eran “Hijos de Dios”. Todos los Israelitas, en cuanto que hijos de Abraham, eran Hijos e Hijas de Dios, como Jesús seguramente dijo (a pesar de la insistencia de Juan en que Jesús llamaba a sus hermanos judíos hijos del diablo). En Marcos, Jesús afirma que Dios es su padre sólo tres veces, en contraste con las treinta y una veces que lo expresa en Mateo, y las más de cien en Juan. Y nadie está de acuerdo en qué pretendía dar a entender exactamente Jesús al referirse a sí mismo como Hijo del Hombre. Probablemente utilizaba el énfasis arameo mediante el cual Hijo de hombre acentuaba la precariedad de los mortales, lo que parece ser el significadote la expresión en Daniel 7:13. en los Evangelios Sinópticos existe muy poco fundamento para el cristianismo descontroloado de Juan y la tradición teológica que le sucede. Elíptico e irónico relator de parábolas como era, puede ocurrir que Jesús fuese un enigma para sí mismo.
La ironía fundamental es que el Jesús vivo de los Evangelios Sinópticos no cree ser la encarnación de Yahvé, y muchísimo menos en el momento de su muerte, cuando, desesperado, le pregunta a su abba por qué lo ha abandonado. La muerte y los relatos de la resurrección hacen de Jesús un Nombre Divino desde antes de san Pablo, y, necesariamente, la transición desde Jesús de Nazaret hasta Jesucristo la llevaron a cabo los primeros en aceptar la conversión del apóstol Pablo. Los estudiosos de la historia cristiana dicen que Jesús sigue siendo firmemente Judío, aunque con un carisma tan autónomo que constituye su propia autoridad y trasciende el Tanakh. Senders nos propone un Jesús que se relacionaba con Yahvé sin mediadores –quizá no era el único, pues los profetas hasta Juan el Bautista poseyeron el mismo atributo.
El Nuevo Testamento se funda en la violencia sagrada de la Crucifixión y sus supuestas consecuencias, en la que la muerte por tortura se transforma en la resurrección de entre los muertos. Es algo muy distinto de la turbulencia enigmática de Yahvé, que esculpe Alianzas con su pueblo, aunque es perfectamente capaz de despotricar contra ellos, y en el Sinaí le advierte a Moisés de que los ancianos a los que se les ha otorgado el privilegio de ir de “excursión” con él no se le acerquen demasiado. De manera realista, Yahvé es consciente de su temperamento estilo rey Lear, propenso a las furias repentinas. El defecto trágico de Lear es que exige demasiado amor, algo que Sahkespeare, callada y astutamente, derivó del Yahvé de la Biblia de Ginebra. Hay varias versiones de Jesucristo en el Nuevo Testamento, pero ni siquiera el Jesús de Marcos, el más yahvístico de los Evangelios, es propenso a despotricar contra nosotros.
El meollo del paso de Jesús de Nazaret a Jesucristo es una constelación que se puede denominar Encarnación à Mesías Crucificado à Expiación, que es algo no judaico y que claramente procede del fermento del sectarismo del Segundo Templo. Desde más o menos la mitad del siglo I, es decir, dos décadas antes de la destrucción del Templo por parte de los romanos, en el 70 d.C, las ideas de la Encarnación y la Expiación fueron elaboradas pro unos cuantos seguidores anónimos de Jesús, quizá más en Siria que en la tierra de Israel, pues Santiago el Justo y sus seguidores de Jerusalem y Galilea eran esencialmente judíos cristianos más que cristianos judíos. Es de presumir que Pablo de Tarso se convirtiera en Pablo el Apóstol en Damasco o Antioquia, y que posteriormente encaminara su misión hacia los gentiles, llegando con el tiempo a un incómodo acuerdo con Santiago, el hermano de Jesús, que no tenía ningún interés en convertirlos. Está claro que la Encarnación no es una creencia paulina; un Yahvé que se suicida no tiene ningún sentido para Pablo, que ha sido un fariseo-entre-fariseos. Pero puesto que las epístolas de Pablo son los textos cristianos más antiguos de que disponemos, toda la amalgama Encarnación-Expiación se ha identificado erróneamente durante mucho tiempo con él.
El origen de todos los componentes de la idea de Encarnación-Expiación hasta una mezcla de las fuentes de la época del Segundo Templo. El Tanakh no conoce a ningún Hijo de Dios, pero algo parecid a eso flota en el Apocalipsis Arameo de Qumran (gruta cuatro). El Hijo del Hombre, muy distinto al del Libro de Daniel, impregna el Libro de Enoc, y el impactante Libro Cuarto de los Macabeos nos ofrece ejemplos de expiación nacional mediante el martirio voluntario. Nada de todo esto es canónicamente bíblico, y todo ello es ajeno a lo que acabó siendo el judaísmo rabínico normativo. Los sabios hebreos estaban indignados por la exuberancia de las últimas evoluciones de la doctrina cristiana, pues en el nuevo panteón habían aparecido cuatro dioses: Jesucristo, Dios Padre, la totalmente original Bienaventurada Virgen María y el no judaico Espíritu Santo, que muestra poca relación con el espíritu de Yahvé que aleteaba creativamente por encima de las aguas.
El tema principal de este libro no es el paso de Jesús a Cristo, sino la asombrosa yuxtaposición de dos nombres divinos muy diferentes: Jesucristo y Yahvé. No obstante, la gran diferencia que hay entre esas dos versiones de Dios no puede comprenderse sin hacerse una idea del profundo abismo que se abre entre el Jesús histórico y el Dios teológico, Jesucristo. Es probable que Jesús de Nazaret, de haber sobrevivido a la Crucifixión y haber llegado a viejo, hubiera contemplado el cristianismo lleno de asombro.
Pero, qué significaba el Reino para Jesús? E. P. Sanders es el que se muestra más claro en este punto, en su libro Jesús and Judaism:
La naturaleza del material de sus dichos no nos permitirá saber con certeza el matiz exacto que Jesús pretendía darle a un concepto tan amplio como “el reino de Dios”. Podemos ver que ese “reino” posee una variedd de significados en los Evangelios Sinópticos, pero no podemos saber cua´nto énfasis se debería poner en cada significado. Nunca tenemos una absoluta certeza de la autenticidad, y probablemente rara vez –si se puede decir que alguna- poseemos el contexto original de cada dicho. Los datos nos permiten estar bastane seguros de que Jesús esperaba la llegada de un reino futuro. Pero hasta cierto punto, las conclusiones acerca del matiz y el énfasis todavía se basan en el análisis de los dichos, y puesto que ese análisis será siempre aproximado, hay aspectos de cómo creía Jesús que sería ese reino que nunca se sabrán con certeza.
No se puede saber con exactitud qué esperaba Jesús. Quizá, Jesús tampoco lo sabía. No cometió lo que para él habría sido blasfemia: usurpar el nombre de Yahvé, un concepto que los teólogos cristianos todavía son incapaces de aclarar. Otros lo han usurpado en su nombre, y sin duda lo seguirán usurpando. No veo que Jesús trasgrediera la Torá, aunque él, de manera apropiada, se sirve de la Torá contra la Torá, sobre todo al hablar del divorcio, hacia el que muestra una especie de horror. Si eso era reflejo de su situación familiar, tampoco podemos saberlo.
Los seguidores inmediatos de Jesús sin duda esperaban que el reino llegaría antes de que muriera. Pablo, el apóstol tardío, debió de asistir a su ejecución en Roma completamente convencido de que Jesús regresaría en cualquier momento, una esperanza que siguen albergando los cristianos de todas las generaciones.
La Guerra Santa no fue inventada por los que establecieron la Alianza con Yahvé. Es algo universal, ocurre en todo tiempo y lugar, y sin duda representa lo que Freud llamó la pulsión de la muerte. Sugiero que Yahvé está cerca del Principio de la Realidad. El divinio Oscar Wilde observó que la vida es demasiado importante para tomársela en serio. A veces eso sugiere la ironía del Escritor J, que puede insinuar que Yahvé es demasiado importante para tomarlo en serio. Yahvé tiene un peligroso sentido del humor. A los mejor también lo tiene el Jesús de Marcos, pero no Nuestro Señor Jesucristo.
El criterio estético nos lleva a preferir el Yahvé del escritor J a las otras versiones de Dios del Tanakh, y el Jesús de Marcos por encima del de los demás Evangelios.

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