lunes, 14 de mayo de 2007

NOE Y LOS GIGANTES

NOE Y LOS GIGANTES

NOE Y LOS GIGANTES

H.Bloom

Set, “otra simiente”, nace para reemplazar a Abel, y engendra a Enós, cuyo nombre, “dulce mortal”, es de por sí una contradicción deliberada o al menos lo parece. Con gentil ironía, J equipara el tiempo de la dulce mortalidad con la época en que Yahvé es llamado por su nombre, curiosamente afectuoso. Otro apelativo afectuoso surge cuando loes elohim desean a las bellas hijas de los hombres. Tales emparejamientos inapropiados de mortales con inmortales, no aceptables para Yahvé, no causan en cambio horror, ciertamente, a J. Yahvé recuerda que el hombre es carne mortal, e insiste en que el aliento de la vida protegerá al hombre sólo por un plazo fijo: los no despreciables ciento veinte años. Pero lo que más preocupa a Yahvé es a ojos de J algo bastante divertido:

He aquí la raza de gigantes: fueron entonces en la Tierra, desde el tiempo en que los hijos del Cielo entraron en las alcobas de las hijas de los hombres. Figuras de héroes les nacieron, hombres y mujeres de fama mítica.

No se oye condena en J, sino una apreciación irónica de esos hombres y mujeres míticos, figuras cuyos nombres no han sido dispersados, aunque no gocen de la Bendición divina. Pero la amenaza inminente se vuelve inevitable cuando Yahvé prepara el Diluvio. El Yahvé de J es muy específico al expresar su disgusto por todas las criaturas que ha creado: por los seres humanos, los animales y las aves. No habría que pasar por alto la reservada y graciosa indiferencia de J con respecto a la inaudita desaprobación de Yahvé del deseo natural, aún en animales! A punto de embarcarnos con Noé, su familia, su zoo, entran todos en el arca, que luego el mismo Yahvé cierra con sus propias manos.

Terminado el diluvio, Yahvé, aplacado, siente un “grato perfume” y declara que no habrá más destrucción de personas o animales. A Noé, el primer borracho, lo festejó espléndidamente. G. K. Chesterton en un poema en el que el más justo de su generación canta como estribillo: “no me preocupa donde va el agua si no se mete en el vino”. Da la impresión de que J ha sido censurado/a aquí, y que Cam no solamente observó las partes pudendas de su padre. Cuando Noé “yacía desnudo en medio de su tienda”, presumiblemente estaba gozando a su mujer, porque “tienda” sería una aceptable metáfora para aludir a la dama. Y además, la afirmación de que Cam “se complació en la desnudez de su padre”, tiene una pinta sospechosa, casi como si sugiriese sodomía. Pero a continuación viene el gesto respetuoso de Sem y Jafet.

Pero Sem y Jafet tomaron una manta, se la echaron a los hombros, entraron andando hacia atrás y, vueltos los rosros, cubrieron al padre desnudo; no vieron la desnudez de su padre.

Estos jóvenes ingeniosos reciben su recompensa: el hijo de Cam, Canaán, es maldecido, mientras que Sem y Jafet comparten el dominio sobre Canaán. Los historiadores interpretan esto como una posición hostil común de los hebreos y filisteos del siglo XII contra los cananeos nativos. Tan escandaloso es el episodio de Noé y sus hijos, que la alegoría política debe haber tenido su mismo carácter. Evidentemente, Canaán gozaba de un tipo de sexualidad algo más libre de la corriente en la Jerusalem postsalomónica, y quizá la intención humorística de J era destacar que hasta los filisteos eran menos depravados sexualmente que los cananeos.

Cumbre del arte de J, la Torre de Babel puede ser presentada mejor por su legítimo heredero moderno, la Gran Muralla China de Kafka. Kafka escribe acerca de un erudito que

Sostenía que sólo la Gran Muralla proporcionaría por primera vez en la historia de la humanidad cimientos seguros para una nueva Torre de Babel. Por lo tanto, primero la muralla y luego la torre… La naturaleza humana, esencialmente mutable, inestable como el polvo, no puede soportar ninguna restricción; si se ata a sí misma, pronto empieza a desgarrar localmente sus lazos, hasta que hace pedazos todo, la muralla, los lazos y a sí misma.

Así, Kafka halla en el impulso a construir la torre la misma fuerza que destruirá la torre. Es este también el juicio de J?

La humanidad entera, unida por una sola lengua, parece tratar de evitar que su nombre sea dispersado, mediante la construcción de una torre que toque el cielo. El objetivo es la fama, más que la rebelión contra Yahvé, aunque buscar la fama sea necesariamente rebelarse contra Yahvé. Todo impulsa a ser como los gigantes en la Tierra y a lograr renombre. Yahvé, aunque presumiblemente tiene una perfecta visión de lo que está ocurriendo, desciende para disfrutar de una de sus inspecciones sobre el terreno. Su reacción es similar a su decisión de que Adán y Eva deban ser expulsados del Edén para que no devoren el fruto del árbol de la vida. Una humanidad unida no parece demasiado del gusto de Yahvé.

“son un solo pueblo, con una misma lengua”, dijo Yahvé. Entre ellos han concebido esto, y no cejarán mientras no haya límite a lo que toquen. Entre nosotros, descendamos pues, confundamos su lengua hasta que el amigo no entienda al amigo.”

Se dirija Yahvé a sus ángeles o, más característicamente, a sí mismo, lo que revela nuevamente es que, en J, Yahvé es un diablillo antitético o un sublime enredador, en modo alguno moral o espiritualmente superior a los constructores de Babel, excepto que su propia lenguado ha caído en la confusión. La humanidad construye la torre, mientras que Yahvé inventa Babel o la confusión, la confusión de lenguas. Buscamos la fama, y Yahvé nos dispersa, para que también quede disperso cada nombre, excepto el suyo. Yahvé desea que vivamos en Babilonia, o en el parloteo, excepto en la medida en que nos convirtamos en hijos de Abraham, una vez que Abraham se haya transformado en Abraham.

A pesar de que J haya dado origen a Kafka, interpreta la parábola de Babel aún más oscuramente que su sucesor. También ve, como Kafka, que no podemos soportar ninguna restricción, pero no halla en nosotros esa fuerza que derribe la torre aunque sea ésa la misma fuerza que la construyó. Su torre no es ninguna Gran Muralla China, polvo inestable que aspira a ser un fundamento esable para una torre que podría cubrir el cielo. Para empezar, su torre es una torre destruida, puesto que lo que se eleva contra Yahvé debe ser destruido por Yahvé. Tanto su retórica como su asunto son, como siempre, lo inconmensurable. Somos o podemos ser como dioses o teomórficos, pero no podemos ser Yahvé, aunque lleguemos a ser David. Yahvé es la ironía y no solamente el espíritu de la ironía. Siempre somos ninos y por ello construimos la Torre de Babel. El Yahvé de J también es un niño, un poderoso y extraño niño varón, y echa abajo lo que nosotros construimos. El bendice o dispersa; y nosotros somos dispersados a menos que, como Abraham, oigamos y respondamos a una llamada.

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